El nacimiento del Drina, visto desde Zadragje
Un río que nace prácticamente en la frontera de Bosnia Herzegovina, que crucé tras un momento especialmente amable, cuando recalé en un bar de trabajadores en que me invitaron al café, me dejaron ducharme y encima firmé en un peculiar libro de visitas.
Antes de ello visita de nuevo al monasterio de Zagradje y vista de otra hermosa panorámica.
El cruce de la frontera me dejó realmente perplejo. En primer lugar por la frontera en sí: un pontón de madera y una garita viejuna.
Monasterio de Zagradje
Frontera bosnia
Vista del firme de la carretera nacional
Me hallaba en la llamada República Srpska, territorio donde la limpieza étnica contra los musulmanes por parte de los serbios fue especialmente dura y en la que casi no quedan enclaves musulmanes de importancia, excepción hecha de Gorazde.
En esta entidad subestatal también se halla Srebrenica, tristemente célebre por la masacre de 1995.
Otro lugar de infausta fama durante la guerra de Bosnia fue Foča, ciudad en la que recalé a eso del mediodía, tras un recorrido tranquilo, pero amenazando lluvia.
Vista general de Foča
Foča, llamada por muchos de sus habitantes Sbrinje (lugar de los serbios), es hoy una ciudad con un centro restaurado y unos barrios muy deteriorados en los que se masca la pobreza y un nada disimulado nacionalismo serbio.
Esta ciudad fue el triste escenario de violaciones masivas a mujeres bosnias internadas en campos de detención y existen 2.704 casos de desapariciones durante la guerra.
La aspiración de una parte de la provincia es incorporarse a Montenegro, hasta el punto de que hacen publicidad turística conjunta y llegan a incluirse en el mapa de la república vecina.
Emblema nacionalista serbio
De la presencia bosnia en la ciudad quedan algunas lápidas de estilo otomano decorando los parques y poco más. Hubo un tiempo en que todos convivían, hace tan sólo 30 años, pero parece que hayan pasado siglos. Las mezquitas fueron voladas y algunos de los edificios que resultaron dañados durante la guerra siguen allí como testimonio de un horror muy cercano.
Seguí camino y terminé llegando a la pequeña ciudad de Miljevina, dedicada a las minas y a la industria de la madera. Ciudad fea, pero con una pensión y bungalows muy económicos y gente amable. Empezaba a llover, así que hubo que buscar refugio.
Al día siguiente me iba a poner como una sopa, pero la noche con la lluvia me sirvió para leer un poco sobre todo lo acontecido en esa zona durante una guerra de cuyo final se cumplían entonces 20 años. Una nada desdeñable colección de atrocidades que se han solucionado con varios grupos religiosos segregados totalmente entre sí y separados físicamente. Tendría tiempo de comprobarlo in situ.