Fotos: Paloma Marina
Empezar
la mañana en Biertan fue una buena prueba, dado que lo primero que
uno se mete al cuerpo, según la severa tradición local, es un
vasito (o dos o tres) de palinka, el aguardiente local de frutas.
Tras ello embutidos sin fin, salchichas, queso rancio y al final, por
piedad,un poco de café.
Impresionante desayuno sajón
Los
pueblos distan muy poco unos de otros, aunque por malas carreteras y
pistas forestales, por lo que una buena alternativa es la bici para
recorrerlos, como hicimos nosotros para acudir a Copsa Mare
(Grosskopich en alemán), con dos cacharros a pedales y casi sin
frenos, que nos sirvieron para conocer la espectacular iglesia
fortificada que resistió varias invasiones.
Espectacular,
pero maltratada por el tiempo y descuidada, a lo que no ha
sobrevivido tan bien ha sido a la decadencia económica. Por todo
cuidado patrimonial una familia que vive en una casa pegada a la
muralla del bastión y abre y cierra el recinto. Nuestro guía: un
niño con una metralleta de juguete. Dentro de la misma artesonados
que se caen y un hermoso órgano criando polvo.
Nuestro guía en la iglesia de Copsa Mare
Ese
día fuimos los primeros turistas y pudimos recorrer la iglesia a
placer, además del pueblo, especialmente bucólico y enclavado en un
pequeño valle junto a un río.
Allí
nos encontramos con un representante de otra de las minorías que
viven en Rumanía, los szekely, de origen y lengua húngara que
regentaba una agradable tienda/cantina en la que tuvimos que pasar un
buen rato.
Iglesia fortificada de Copsa Mare
En
Copsa Mare también reside una gran comunidad gitana, que pasan por
ser los parias entre los parias en Rumanía. Enfrentados a un racismo
indisimulado viven en condiciones míseras, en infraviviendas y a
menudo en guetos.
Nuestro
encuentro con la cultura gitana fue más bien un encontronazo, puesto
que, cuando ya nos íbamos de Copsa Mare descubrimos que nos habían
robado las destartaladas bicicletas.
Secuencia
simple: guiris tomando fotos en un pueblito sajón. Bicis
supuestamente escondidas en un ribazo. El robo más fácil del mundo.
Los panolis acuden a la cantina y llaman a la poli. Se arremolinan
lugareños de todas las edades, mayormente hombres, alguno de los
cuales se ríe por lo bajini...
Al
rescate acudió un amabilísimo rumano que residía en Barcelona y
fue nuestro ángel de la guarda ese día.
Desde
Biertan acudieron tres polis montados en un dacia que parecía iba a
caerse a pedazos, uno de los cuales era una simpática bola de sebo
al que la camisa se le quedaba pequeña y que sería mi chófer,
puesto que tuve que acompañarles en el coche visitando a los
patriarcas locales de la comunidad gitana, con otro poli más joven y
mejor vestido que por lo menos hablaba inglés.
La
visita turística a las calles donde viven los gitanos fue menos
agradable. Gallinas saltando, casas donde se acumulan toneladas de
deshechos que venden para el reciclaje y niños señalados por esa
mirada cruel que tiene la pobreza. Podría ser también una peli de
Kusturica, pero no tenía maldita la gracia.
Mientras
el panoli número uno da vueltas con el aguerrido comando policial,
la panoli número dos toma fotos de todo y escucha los comentarios
que aquí también se oirían ¿Dónde vamos a llegar? Si es que ya
no hay rumanos de bien.
La
cantina resultó ser un rincón cálido en el que fabricaban su
propio vino y donde nos pusieron al día de las duras condiciones de
vida en la Rumanía rural, condenada a la emigración masiva. Muchos
sajones se han ido a Alemania, los skezely a su Hungría de origen y
muchos otros a donde han podido, pero mayormente a España, Italia o
Reino Unido.
Tras
la búsqueda infructuosa, vuelta al pueblo en el coche patrulla y
sonrojo por volver sin las bicis.
Comemos
sopa de col (es imposible no probarla si visitas la zona) y a la hora
del café, cuando ya estábamos hablando de como abonar la pérdida
vuelve a aparecer el dacia policial, resistiendo los embates del
camino y con las dos bicis atadas con alambres y sobresaliendo del
maletero.
Alegría,
risas de nuestros anfitriones, unos cafés con pasteles y solo
faltaba música de Bregovic de fondo, así que la pego aquí. Yo me
tomé el enésimo palinka, aún a riesgo de desarrollar cirrosis.
Por
la tarde pudimos tener un poco más de ambiente típico, preparando
sidra, visitando el pueblo y despidiéndonos de la entrañable pareja
de abuelitos, Hermine e Ioan que nos acogieron.
Seguro
que siguen allí. Si alguna vez, viajando, recaláis en Biertan, será un excelente sitio donde alojaros. Por sabor local no será.
Y
si pasáis por la comisaría del pueblo podéis saludar a los tres
aguerridos polis. A lo mejor les han comprado un coche nuevo.
Fabricando sidra casera