Fotos: Paloma Marina
Llegar
hasta los pueblos sajones en transporte público no es cómodo. Hay
que aventurarse en uno de esos trenes rumanos de segunda clase que se
mueven a velocidad lenta hasta lo inimaginable, saliendo de Sibiu, la
preciosa ciudad medieval de las tres plazas.
Un bucólico rincón de Biertan
La
vía atraviesa parte del paisaje desolado del desarrollismo
industrial de la época soviética. Unos planes de industrialización
que se concebían a medida de la producción, no de las personas y
menos aún del medio ambiente. Esto produjo engendros como la
deteriorada Copsa Mica, donde las malformaciones en sus habitantes
son norma. Pasar por la zona, con sus tierras ennegrecidas y fábricas
abandonadas pone los pelos de punta.
Copsa Mica, espantoso paisaje industrial
No menos dantesco, el WC del tren
El
trayecto concluye en una parada de buses en Medias, en otro tiempo
residencia de una gran comunidad judía. Medias es el primer enclave
de los pueblos sajones y tiene un casco histórico empedrado en cuyo
límite está la sinagoga, la tercera más grande del país en su
momento, ahora en restauración.
Toda
la ciudad está dominada por la llamada Torre del Trompetista, anexa
a la iglesia fortificada y que, por cierto, lleva años inclinándose,
aunque sin peligro, de momento.
Torre del Trompetista, Medias
Desde
la destartalada estación de buses tomas un furgón que, unos cuantos
baches y cuestecillas después, te deja en el pueblo sajón más
emblemático: Biertan.
Tras
el lío del transporte el del alojamiento no es menor, puesto que
solo hay dos hospedajes en Biertan y suelen estar llenos. En el resto
de los pueblos la única opción son las casas particulares.
Pero
nuestra llegada estuvo bendecida por el surrealismo que acompaña al
viajero que no entiende un idioma. Nos explicaron algo sobre unos
alemanes, pero no esperábamos encontrarnos a una cuadrilla de
señores con sombrerito tirolés celebrando una especie de fiesta
regional con salchichas y cerveza. Tampoco entendimos muy bien lo del
alojamiento.
Eso
sí, la fiesta no eclipsaba ni de lejos la espectacular iglesia
fortificada de Biertan que domina todo el pueblo, motivo por el que
esta localidad y otras con edificaciones similares, fueron declaradas
Patrimonio de la Humanidad.
En
la fiesta, ya un poco achispado, se encontraba el señor Ioan, que
solo habla rumano y un poco de alemán, pero con el que conseguimos
hacernos entender y que nos ofreció habitación en una casa
tradicional con su bodega, su baño de tiempos pretéritos en el
huerto (abstenerse aprensivos) y habitaciones de sobra. Tener 8 hijos
da para mucha cama. La maldición rumana: todos han emigrado fuera
del pueblo, la mayor parte al extranjero.
Ioan, nuestro hospedador en Biertan
Un
pequeño detalle... había una pistola en la mesa de la cocina. Mejor
no preguntar. Por lo menos Ioan la guardó y nos ofreció el palinka
de bienvenida junto a su encantadora y sajona esposa, Hermine.
Este
sería solo uno de los episodios surrealistas que nos iban a suceder
en un sainete digno de una peli de Kusturica.
Ioan y Hermine, vaya gente encantadora
Respecto
a Biertan es sin duda el pueblo mejor conservado y, pese a sus
escasos 3000 habitantes, ha hecho una buena labor por mantenerse
impoluto. Su iglesia fortificada es un impresionante bastión de
doble muralla con muros de hasta 12ms de altura.
Iglesia fortificada de Biertan
Detalle de uno de los escudos de armas de la zona
El
caserío tradicional del pueblo tiene algo de cuento, sobre todo en
las mañanas brumosas, con viviendas de madera rodeando pozos de agua
y está rodeado de bosque que se va recuperando tras la atroz
industrialización del país.
En
dirección sur una bodega visitable donde se producen vinos que a los
mediterráneos se nos antojan sosos y faltos de grado. Por el mismo
camino se llega al diminuto pueblo de Richis, un agradable paseo a
orillas de un arroyo que termina en la iglesia fortificada de turno.
Tras la paliza a dormir en el cuarto plagado de santos y vírgenes de
todas formas y colores.
Siguiente capítulo: Copsa Mare, una experiencia surrealista.
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