Dos ciudades no son dos países, pero
cuando agrupan a más de la mitad de la población de sus estados,
bien pueden ser un espejo donde se refleje la realidad social de los
mismos.
Es más, a lo mejor hasta en un breve
paseo, una mirada atenta y unas pocas conversaciones (si consigues
hacerte entender) te puedes dar idea de lo que está sucediendo en
Armenia o Georgia.
Narikala, fortaleza de Tiflis
Un paseo, por ejemplo, por la avenida
Rustaveli, donde se ubica el parlamento georgiano, en manifestación
permanente contra un inestable gobierno que acaba de cambiar de
presidente y con un líder de la oposición que ha eludido la cárcel
gracias a una fianza millonaria.
Acampada de protesta frente al Parlamento de Georgia
Una mirada incluso breve revela una más
que evidente animadversión hacia Rusia y la presencia de una de las
vías de negocio del país: el juego.
Porque en Tiflis hay casinos. Muchos y
muy variados. Desde el lujo desmedido hasta el cutrerío más infame
mezclado con la prostitución.
Uno de los muchísimos casinos que hay en Georgia
O qué decir de una vueltecita por el
ordenado centro de Ereván con su aire retro que trae un regusto
soviético. No solo por los uniformes de la policía o por sus
monumentos (en Georgia los han quitado casi todos) sino por
cuestiones mayores como el urbanismo que reproduce fielmente el
sistema de anillos y avenidas transversales de Moscú.
Por contra el casco histórico de
Tiflis ha conservado el encanto medieval, muy al contrario que muchas
otras ciudades de la antigua URSS, que sufrieron demoliciones de
edificios singulares a mayor gloria del hormigón.
Tiflis es una ciudad de gran patrimonio
arquitectónico en que lo mismo puedes encontrar desvencijados
edificios Art decó, incluidos en la lista de patrimonio amenazado de
la ciudad, que casas otomanas mejor conservadas que en la propia
Turquía o extravagantes edificios del modernismo soviético. Y, como
no, sus ejemplos de arquitectura contemporánea, algunos más
afortunados que otros, como el puente de la Paz, y otros
perfectamente olvidables.
Puente de la Paz
Por supuesto iglesias, de las que tanto
Georgia como Armenia están sembradas, aunque para los acostumbrados
a las fastuosas construcciones del Sur de Europa estos templos se
antojan modestos. También tiene su mezquita, sinagoga y hasta un
templo del fuego zoroastriano del siglo V en el barrio de Betlemi,
encerrado entre patios de vecinos.
Barrio de Betlemi, Tiflis
El río Kura, en otro tiempo límite de
la ciudad, ahora se ha transformado en una suerte de arteria central,
bastante contaminada, que sirve para definir una ciudad que ha ido
creciendo por los cerros que la rodean. Puedes estar a 300 metros de
altura o a 800 sin dejar de pisar calles habitadas.
Vista del río Kura. Iglesia de la Asunción y estatua del rey Vakhtang
Y si algo caracteriza a Tiflis también
es un tráfico ensordecedor y caótico que parece querer expulsar al
peatón de la calle. El coche es el absoluto protagonista y su ruido
acompaña al visitante a cada rincón. Con todo lo que significa en
países donde puede circular lo mismo un vetusto Lada de los 80, que
un autobús propulsado por bombonas de gas en el techo o un híbrido
último modelo.
Uno de los muchos vehículos destartalados que puedes encontrar (y este está casi bien)
Frente a la caótica Tiflis la
propuesta de Ereván es la de una ciudad totalmente cartesiana y que
ha sabido combinar espacios peatonales, parques, grandes avenidas y
un tráfico denso pero que se mueve por cuatro arterias principales.
Ereván desde el Complejo Cascada
También la idea de ciudad más
occidental con sus barrios residenciales en el extrarradio y
viviendas de alto standing. La comunidad armenia en diáspora es muy
grande y, en algunos casos, acaudalada.
Duduk, instrumento tradicional armenio
Ereván es moderna, muy moderna. De
hecho, revisando un poco su historia reciente, se descubre una ciudad
interesada por las vanguardias y que ha hecho de un espacio de arte
contemporáneo uno de sus mayores atractivos turísticos. El llamado
Complejo Cascada alberga un parque de esculturas de algunos de los
referentes contemporáneos y un espacio expositivo dividido en varias
terrazas que trepa por una colina y en su interior alberga el Centro
de Arte Cafesjian. Este magnate neoyorquino aprovechó el mamotreto
de 300m de altura para llenarlo de sus pasiones personales por el
arte de vanguardia y el resultado es muy estimulante.
Complejo Cascada y parque de esculturas, Ereván
Por otro lado, dentro del nacionalismo
furibundo del que hacen gala todos los pueblos del Caúcaso, los
armenios han construido mucho mejor el relato. Es por ello que han
sabido cuidar su herencia histórica más allá de glorias militares
y han creado instituciones como el impresionante Matenadaran, uno de
los más importantes depósitos de manuscritos del mundo.
Matenadaran
No falta el museo sobre el Genocidio Armenio, en el extrarradio. Y una multitud de pequeñas casas-museo
dedicadas a todos los personajes de la cultura armenia, además de la
tradicional agrupación de edificios típica de las grandes ciudades
rusas: auditorio, teatro, teatro de marionetas y compañía de danza.
Todos ellos con temporada estable.
Teatro de la Ópera de Ereván
Pero si prescindimos de la mirada a lo
más turístico la compleja política local y hasta la geopolítica,
como ya he dicho, se ve por todos los rincones.
A veces hay que mirar al cielo y, a lo
mejor, sorprendes un caza ruso de la base de Giumry, situada en el
Noroeste armenio. Los rótulos en cirílico también señalan que el
aliado ruso está muy presente. Aunque la relación armenia sea más
de vasallaje que de alianza.
Manifestación patriótica de colegiales en Ereván
Es en la cesta de la compra donde más
se nota el peso del gigante del Norte. Desde las conservas al papel
higiénico casi todo viene del poderoso vecino y este patrón se
repite en Tiflis. No se puede entender la historia del Transcaúcaso
sin la de Rusia y la URSS. Son inseparables.
Pero volviendo a la actulidad, en
Georgia se habla de corrupción y del peso de la mafia con la mayor
tranquilidad. Es parte del paisaje cotidiano y a lo mejor es por ello
que hay cierta añoranza mal disimulada de un personaje como Stalin y
su mano dura.
Antiguallas soviéticas en el rastro de Tiflis
Aún así los tiempos de la
criminalidad desbocada han pasado y las dos ciudades son ideales para
recorrer a pie. Las distancias entre los atractivos turísticos no
son muy grandes y ello permite parar en cualquiera de los locales a
tomar algo. Puede ser lo mismo vino que cerveza, el omnipresente
vodka o los licores locales como la chacha, una especie de orujo
georgiano. Si bebes con un local, hacerlo solo una vez es de mala
educación, así que prepárate para la segunda copa.
Porque el alcohol va paralelo a la
vida, aunque sea un vicio casi exclusivamente masculino. Se bebe
mucho y por cualquier motivo y el alcoholismo es una discreta
enfermedad social.
Pero mejor seguir caminando. Si las
copas te dejan, podrás leer la historia que cuentan las miles de
banderitas de la UE que se ven en las calles. En tiempos de Brexit y
anti-europeísmo georgianos y armenios quieren ser los más europeos
de todos. La UE se deja querer y suelta dinero.
No hay que escatimar ninguna
posibilidad de negocio y la geopolítica juega a a favor de países
situados en un territorio de fronteras que se parte entre musulmanes
y cristianos, chíitas y sunitas, pro-USA y pro-rusos. Y que reparte
alianzas o enemistades con Turquía, con Irán o con Ucrania.
Toda esta ensalada política y de
intereses atrae una mezcla curiosa de minorías en la que puedes
encontrar azeríes, tártaros, iraníes, árabes del Golfo con
mujeres enlutadas, rusos y turistas, una minoría que va creciendo.
Para relajarse, no es mala idea una
visita a Abanotubani, el barrio de aguas termales de Tiflis o, para
fumadores, una pipa de agua en algún local de Ereván. Mejor no
decirlo en el lugar, pero los armenios conservan costumbres con
paralelismos muy evidentes con Turquía.
Dos ciudades, muchas historias que
cuentan el Caúcaso sur y que comparten cierta obsesión por
parecerse a Occidente. En un salto de tren puedes conocer las dos,
antes de que la globalización las termine de uniformizar.
Mejor ahora que más tarde. En el
Caúcaso la historia corre más rápido que las personas.