miércoles, 17 de diciembre de 2014

Wellcome to Vigo.Bienvenidos cruceristas





     El altar donde se ofrenda el ocio de muchas personas los fines de semana sobre todo, pero también en la compra de diario y hasta el referente cultural de nuestros hijos es el centro comercial. Reino del prefabricado, del consumo rápido y el cartón-piedra es una alternativa…
…si no se te ocurre nada mejor que hacer.
      Si lo visitas las franquicias te lo agradecerán. De hecho el modelo de centro comercial, de consumo dirigido y compulsivo se ha ido extendiendo a muchos otros apartados de nuestra vida. Uno de ellos, sin duda, las vacaciones.
     El común de los mortales, asalariado o autónomo, dispone de un tiempo limitado de asueto, demasiado limitado me atrevería a decir, así que, qué mejor que optar por el mismo concepto de centro comercial para las mismas. Condensar la experiencia desestresante o culturizante en una cómoda dosis. Y, ya puestos a repetir modelos, por qué no, un inmenso centro comercial flotante.
     El pasado 27 de septiembre, de ruta cicloturista, tuve la ocasión de ver atracar a dos verdaderos mastodontes de los mares en Vigo: El Oasis of Seas, el barco de pasajeros más grande del mundo, con sus 9000 personas entre pasaje y tripulación. El mismo día coincidió con el Celebrity Infinity, que transporta 3000 personas.
     La llegada fue precedida de una preparación previa en que se volcaron toda suerte de autoridades y fue muy significativa la forma en que se vendió Galicia a los pasajeros, que disponían de un día para empaparse de una realidad galega construida a medida.
    También antes llegó la consabida promoción a los cruceristas, recibida con una mezcla de sorna e indignación por los vigueses. Se ofrecieron las playas de las Islas Cíes, pero en foto, claro, puesto que en realidad se llevó a los turistas a la playa urbana de Samil. Como imagen de Vigo se colgaba una foto del Pórtico de la Gloria, aunque no aclaraba que éste en realidad está en Santiago y se empezó el despliegue de toda suerte de souvenirs en las tiendas del puerto, algunos de ellos tan auténticamente vigueses como sombreros charros o trajes de faralaes. Al menos se recomendaba probar el pulpo, algo realmente local.
     Y llegó la horda. Una turba de 13.000 personas a consumir turismo a velocidad de vértigo.

     Hubo quien tomó un bus para ir a Santiago y ver la ciudad en tres horas. Quien fue a la playa de Samil, ya que las paradisíacas Cíes tienen un cupo máximo de visitantes. No faltó quien simplemente se dio una vuelta por el horrendo puerto, rodeado de astilleros quebrados, y no creo que inspirados por los escenarios de los lunes al sol. O quien se tomó algo o comió a precios especiales para los visitantes, más caros quiero decir. También quien contempló la exhibición de oficios tradicionales tales como percebeiros (quizá recogieron el preciado crustáceo en una reproducción de cemento) y degustaciones diversas.
     En resumen, unas 12 horas en total para conocer Galicia, o eso decía la publicidad, tras haber invertido otras 12 horas, aproximadamente, en conocer Oporto y tiempo parecido en Lisboa. Impresionante marca que demuestra hasta qué punto nos volvemos lelos en manada, o el ínfimo interés en conocer realmente nada, sino en pasar el tiempo como tiene que ser: consumiendo y convirtiendo el ocio en una sofisticada y cara forma de estrés.
     Porque lo que supone transitar en cruceros como estos es disponer de piscina, restaurantes, casinos, salas de juego, gimnasios, pista de tenis… Toda una oda al consumo rápido y al gasto apresurado, porque la monotonía amenaza al final del viaje. No importa que el crucero sea la entrada de la experiencia matrimonial o los ahorros que se van dilapidando en la tercera edad.

     Todo ello, por supuesto, sin que quede poso de la realidad de los lugares que se visitan, mucho menos de sus problemas sociales, políticos o ambientales. Problemas que, en algunas ocasiones, vienen provocados por la misma masificación turística.
    De hecho el turismo se ha globalizado, como todo, y se pide en realidad lo que uno espera encontrar, no lo que es realmente el lugar de origen. Al fin y al cabo se espera hacer las cosas bien y rápido, un goce por el que se paga y se espera máxima satisfacción.
    Esta estrambótica universalización produce toda suerte de esperpentos que van desde tabernas irlandesas en Tailandia, restaurantes de Sushi en Cancún o garitos caribeños en Riga. Todo a gusto del consumidor.
     En el caso de los cruceros la situación es especialmente llamativa, más aún cuando se trata de monstruos flotantes que a veces recalan en puertos, especialmente islas, en las que la población turista llega a ser casi tanta como la local, cual horda vikinga en busca de la foto rápida o el chapuzón. A veces no hay ni población propiamente dicha porque se acude a un resort construido ex profeso, cuyo tamaño dependerá del poder adquisitivo: a más dinero menor resort y más “encanto”.
     No son tiempos de pontificar sobre nada, solo contar lo que vi y lo que me dio qué pensar. Cada quien que invierta su tiempo como mejor considere, pero luego que no se sienta engañado. Al fin y al cabo este tipo de vacaciones no son sino una versión de la sociedad de consumo comprimida, flotante y con unas pocas más serpentinas. En cubierta te esperarán con tu copa de champán y unos pocos globos. Seguro que no faltarán nativos que te aplaudan. Bienvenido, wellcome, aloha forastero.