jueves, 14 de enero de 2016

Cicloturismo balcánico. Cruzando la Croacia interior Grude hasta Split 135kms

Hay una Croacia costera y monumental y parece que no haya otra.
Es lo que tiene el turismo masivo: que se centra en unos cuantos highlights e ignora el resto.



Esta Croacia, que atravesé en un par de días, es una región de pueblos apacibles, mayormente rural y que se dedica al cereal, la vid y el olivo, algunas explotaciones madereras y secaderos de tabaco, un sobresueldo que muchos sacan en su patio trasero.

Secadero de tabaco


Todo muy tranquilo, salvo algunos deportistas. Nada que ver con las masas de turistas de Split y no digamos Dubrovnik.
Antes de cruzar la frontera ya daba la sensación de estar en Croacia. Las numerosas iglesias y el escudo ajedrezado croata mostraban que, pese a hallarme aún en territorio herzegovino, culturalmente la realidad es croata.
Crucé la frontera por Gorica, con la intención de ir siguiendo la tranquila carretera 60 y me fueron sorprendiendo varias cosas, alguna para mal.
En primer lugar que el nivel de vida subió ligeramente. Se notaba una economía ligeramente más boyante que en la vecina Bosnia-Herzegovina. Mejores viviendas y vehículos.
Las carreteras de la Croacia interior en general son adecuadas para el cicloturismo, aunque algunas carecen de arcenes ni nada que se le parezca. Compensa un tráfico escaso y una conducción razonable.



La circulación es más tranquila que en la costa y la gente en general muy amable, aunque la barrera del idioma es grande. Realmente no es fácil encontrar a nadie que hable un inglés fluido, pero tiré de mis escasos conocimientos de ruso, lengua similar al croata y que habla la gente más mayor.
En lo malo, la reivindicación del nacionalismo más exacerbado, representado por personajes como Franjo Tudjman, o por toda una serie de militares que tuvieron intervención directa en la guerra de Bosnia a los que se glorifica en murales y monumentos.


Se habla poco de la guerra en Croacia, aunque la gente joven aborda el tema con más calma, supongo que porque no la vivieron. La gente joven con la que tuve ocasión de hablar me llamó la atención en primer lugar por su altura (en general me sentí un enanito en todos los Balcanes) y también por sus ganas de intercambiar impresiones.
Lugares a destacar son los múltiples restos medievales que surgen a los lados de la carretera, así como fortalezas y alguna localidad con encanto.
Me gustó la histórica Sinj, con su centro del XVIII y su bastión. También con virgen milagrosa, algo muy del país.



Y también disfruté Trilj y sus alrededores, en los alrededores del río Cetina, donde se puede comer realmente bien, sobre todo pesca de río y caza.



Aproveché para acampar por libre, dado que existe una cierta tolerancia en todas las repúblicas balcánicas y me sorprendió una cuestión a tener en cuenta para otros cicloturistas: muchas iglesias cuentan con fuente, baños públicos y algunas hasta ducha, todo ello en impecable estado. Todo esto en el medio rural, claro.
Conforme me fui acercando a Split, la antigua Spalatum, el paisaje se volvió industrial, pero la entrada a la ciudad es fácil desde la carretera secundaria que atraviesa Klis y Solin y que permite una hermosa perspectiva de la costa dálmata.


Etapa Dugopolje-Split, 26kms

lunes, 11 de enero de 2016

Cicloturismo balcánico. Mostar-Grude 78kms. Parada en Medugorje. Dios es un buen negocio.

Se acabaron tras Mostar los Balcanes fríos y de ríos impetuosos y, al poco de salir de la ciudad, el paisaje se volvió completamente mediterráneo.
A lo largo de la carretera me crucé con familias vendimiando y el terreno se tornó mucho más seco.
También hubo otros cambios. Por lo pronto desaparecieron las mezquitas y sólo encontré iglesias católicas en mi camino: había entrado en la zona croata. Todos los carteles indicativos tenían tachadas las indicaciones en cirílico y los cementerios eran muy similares a los que uno puede encontrarse en la Península Ibérica.
Una muestra más de la división étnica existente en el país: no daba la sensación de existir convivencia entre comunidades. Donde había una iglesia nunca encontraba una mezquita. Junto a un cementerio cristiano, nunca uno musulmán.
Unas cuantas cuestas, un calor intenso y me planté en lo que para mí es un auténtico esperpento de lo que debe ser la espiritualidad, pero para muchas personas es un lugar de devoción: Medugorje, lugar de supuestas apariciones de la Virgen María.



Medugorje era, hasta el momento de las apariciones, un pueblito en mitad de la antigua Yugoslavia. Un puñado de casas dedicadas al cereal, la vid y el pastoreo.
Desde entonces se ha edificado todo un emporio dedicado al boyante negocio de Dios. En el negocio se incluye desde un tramo de autopista que penetra en Bosnia-Hercegovina desde Croacia para llegar hasta la localidad, hoteles de todo tipo, cafeterías, tiendas, restaurantes...
También se ha construido un inmenso complejo mariano que incluye un auditorio al aire libre para miles de personas y una gran iglesia, además de unas instalaciones muy peculiares como un confesionódromo con 50 espacios para confesarse en diferentes idiomas.



Pero la atracción estrella, a la que acudí por supuesto, es el lugar de las apariciones en sí: el monte Podbrdo. Una temible cuesta llena de pedruscos puntiagudos que muchas personas hacen descalzas en medio de un sincero fervor, flanqueada de varios pasos de Via Crucis y que concluye en una cruz donde la gente se arrodilla a rezar y pedir favores a la Virgen.


No dudo que habrá a quien inspire todo el ambiente, pero a mí se me antojó un punto entre lo grotesco y lo fanático. Demasiada dosis de catolicismo en mi infancia me ha conducido a este escepticismo.


Comí por un precio muy razonable, eso sí, departí amablemente con unas ancianitas irlandesas (había decenas de católicos de la Green Eire) y tomé de nuevo la bici con un sol inclemente, aunque la carretera resultó muy tranquila y poco transitada. Así sería hasta la frontera croata.
Y en una jornada tan llena de religiosidad no encontré alojamiento, pero unas personas me indicaron amablemente dónde plantar mi tienda junto a una iglesia, con baños y agua corriente.
No faltan los buenos samaritanos con el cicloturismo.