sábado, 26 de diciembre de 2015

Cicloturismo balcánico. Jablanica a Mostar 47kms. El río que parte la vida

Hace 20 años los habitantes de Mostar se dedicaron a matarse entre sí, de una orilla a otra de un río, con el mayor descaro.
La muy católica y racista población croata, imbuida del espíritu de los nefastos ustachas, también muy católicos y exterminadores de judíos, gitanos y serbios, bombardeó a sus vecinos musulmanes de la otra orilla del Neretva. Una paradoja que sea un río, un elemento de la naturaleza que generalmente une, lo que sirviera de separación entre dos comunidades.
La artillería destruyó mezquitas y patrimonio de la Humanidad como el célebre puente de Mostar (hoy reconstruido idéntico y con los materiales del puente original) además de someter a un bloqueo feroz a la población bosnia que aguantó como pudo.
Del otro bando también las iglesias padecieron el rigor de la artillería y prácticamente no quedan iglesias católicas anteriores a la guerra.




Llegué a Mostar tras una corta y cómoda etapa en la que solo tuve que dejarme caer a lo largo de la ribera del río por una carretera que se me hizo muy cómoda. Muchas curvas y alguna pequeña subida, pero antes del mediodía estaba allí.
La primera impresión de la ciudad da una idea clara de la crudeza de la guerra. Mostar aparece mucho más machacada que Sarajevo. Son muchos los edificios dañados aún 20 años después del conflicto.







Entrar por la carretera que conduce desde la capital rebela una gran extensión de solares y fábricas en ruinas. La carretera de acceso tiene un aire de provisionalidad y evidencia la falta de medios de la República Bosnia.
Hasta en las calles antes del centro histórico, Patrimonio de la Humanidad, fui encontrando huellas de la guerra y lo que luego me explicarían era la marca de la ciudad: las obras de reconstrucción.
Me alojé, como todos los viajeros de poco presupuesto, en la orilla musulmana del río.
El hostel (Backpackers en Barce Fejica 67) me iba a servir de excelente referencia para ilustrarme de lo que fue el sitio de la ciudad, que duró tres años, así como los motivos de la guerra y la pos-guerra, que es en realidad una tensa paz armada.



En el hostel, Netsir me cuenta que durante el sitio, en Mostar, era difícil ver cualquier ave: gorriones, palomas y hasta cigüeñas eran una fuente de proteínas extra. Una garrafa de lejía era un bien muy preciado, pues con ella se podía beber el agua del río.
Todo el mundo caminaba pegado a las paredes, nunca había luz eléctrica más de unas horas seguidas y no había amiguismo posible entre croatas y bosnios, pese a que, tradicionalmente, había habido parejas mixtas y el número de ateos era y es considerable.
Por otro lado la religión es bastante relajada. De hecho es frecuente que muchos musulmanes beban alcohol y las mezquitas no parecen tener muchos fieles. El enfrentamiento partió más bien de intereses territoriales cruzados y fue alimentado por un profundo desprecio étnico de algunos croatas hacia los bosnios, heredado de otros tiempos oscuros.


Aún así la religiosidad está muy presente en Mostar. En todo el casco histórico hay una notable cantidad de mezquitas, alguna de ellas realmente interesante, como la de Koski Mehed Pasa.
Las iglesias, excepción de una de las ortodoxas, no tienen mayor interés y también sufrieron los embates de la guerra. La más importante catedral católica es un feo armatoste de hormigón. No lejos de allí se encuentra la Pza de España, en homenaje a varios cascos azules españoles muertos durante la guerra.


Pero, sin duda, lo más interesante de Mostar pasa por su arquitectura civil. Por un lado sus puentes, el primero y pequeño Kriva Curpija y el archiconocido Stari Most, volado por los croatas en 1993. Precioso puente del s. XVI flanqueado por dos torres y que es mejor visitar a primera hora de la mañana, antes de las hordas de turistas.
También interesante es el bazar y las pocas casas de los ricos comerciantes otomanos que aún siguen, muy restauradas, en pie.


Un paseo tranquilo, cuando la masa turista se retira a otros lugares, acompañado de un café (bosnio, que no turco, aunque sea casi idéntico) y algunas compras es el mejor modo de terminar el día.
El final del día invita a penar en la gran lástima de Mostar que no es lo que estás viendo, sino en todo el inmenso patrimonio que se ha perdido.
Pero mucho más dura fue la pérdida de vidas humanas y la herida que parece se quiere cerrar reunificando la ciudad y los dos grupos étnicos que la componen. Ojalá sea pronto.





lunes, 21 de diciembre de 2015

Cicloturismo balcánico. Sarajevo-Jablanica 92kms

Del encauzado Miljacka que atraviesa Sarajevo pasé a descender a orillas del impetuoso río Neretva.
Un río de aguas gélidas, que nace en los Alpes Dináricos y que discurre por estrechos cañones hasta desembocar en una peculiar albufera.
Salí de Sarajevo con una parada en la estatua más representada de Josip Broz, Tito. En la misma, Tito camina pensativo con la mirada baja. Una escultura peculiar para un personaje tan importante en la historia de la ex-Yugoslavia y que aún sigue contando con un número considerable de admiradores.
A lo largo del día la figura del mariscal y las andanzas de sus partisanos me acompañarían.


La salida de Sarajevo fue, como suele pasar con las grandes ciudades, un asco. Aún así pronto me dirigí a otra carretera mucho más interesante, como es la E73. Tanto si se hace pedaleando como en vehículo a motor es la ruta que recomiendo.
Aunque la carretera pasa por ser nacional, lo cierto es que no es especialmente transitada, ni especialmente buena tampoco, algo perfectamente lógico en la precaria economía bosnia.
Una ruta ideal para cicloturismo, con un paisaje arbolado y rodeada de pequeñas poblaciones en las que predominaba la artesanía en cuero y cacharrería de cobre al borde de la ruta.




Por otro lado, a lo largo de la misma se hizo patente la misma realidad de todo el país como es la separación por credos religiosos.
En unos pueblos mezquita, en otros iglesia ortodoxa, pero rara vez las dos cosas en una misma localidad, excepción hecha de una ciudad que me encantó: Konjic.





Konjic es una pequeña y tranquila localidad a orillas del Neretva. Aunque es de mayoría musulmana  también alberga dos importantes iglesias y es, al mismo tiempo, un imporante enclave de deportes de aventura, además de encrucijada histórica. En su entorno se desarrolló la batalla del Neretva, en la Segunda Guerra Mundial, además de numerosos episodios de la guerra de guerrillas de Tito y de la cruenta guerra de Bosnia. De todos estos hechos quedan memoriales, aunque impresiona más, por su cercanía, el de los caídos de la zona en la guerra más reciente.



Aparte de algún pequeño museo, un casco histórico pequeño y muy agradable, merece la pena echarle valor y meter los pies en el agua del Neretva con vistas al histórico puente (reconstruido), del siglo XVII o  incluso darse un baño.
Seguí camino y me crucé con uno de esos museos curiosos, como es el de la Batalla del río Neretva  en Jablanica. No tanto    por el contenido, un tanto cutre y algo deteriorado, como por  el  puente cercano, volado durante la batalla  y que quedó tal cual sobre el río.



Jablanica es otra ciudad tranquila, pequeña y sin grandes atractivos. Rodeada de bosques, es una de las paradas de una línea de ferrocarril que resulta totalmente recomendable para quien no se anime a pedalear: la línea Mostar-Sarajevo. Lenta, económica, por supuesto, pero evocadora. Uno de esos trenes condenados a desaparecer, así que es cuestión de animarse a recorrerlo antes de su más que probable desaparición.
Terminé la jornada en el lago cercano a la ciudad, en la pequeña localidad de Donja Jablanica, donde fui acogido por Kenan, al que encontré en la imprescindible web cicloturista warmshowers.
Una noche preciosa tras una cervecita con la familia de Kenan y acampada junto al lago.
Cámara sin batería... En fin.


La ruta del día, aproximadamente

sábado, 5 de diciembre de 2015

Cicloturismo balcánico: Hasta Sarajevo 72Kms, una ciudad de post-guerra.

Puede que haya a quien le sorprenda leer el término post-guerra en un lugar donde terminó hace 20 años. Si uno pasea por el precioso centro histórico de Sarajevo, o por las renovadísimas avenidas con sus centros comerciales, rascacielos o las flamantes mezquitas pagadas con dinero saudí.
Pero las huellas de la anterior guerra, y hasta de las guerras mundiales, se pueden seguir claramente en Sarajevo.
Llegué a la ciudad pedaleando todo el día entre una molesta luvia que variaba de intensidad e iba acompañada de viento. Por supuesto terminé calado hasta los huesos, pero por el camino encontré una cuadrilla de leñadores que me invitaron a café y que me preguntaron si iba en busca de sexo a Sarajevo, dicho de una forma menos fina.
A lo largo del camino me chocaban las figuras de las mezquitas en un paisaje que bien podría encontrarse en Galicia. Todo ello, de todas formas, representando un Islam poco estricto, en que normas como el hijab eran de lo más relajado, según fui observando en mi estancia en Bosnia.


Llegar a Sarajevo por el camino del aeropuerto te hace dar un salto atrás al cerco de la ciudad.
Durante casi tres años sitiada, las comunicaciones con el exterior de la población dependían de un túnel que comunicaba con el aeropuerto, única vía segura para esquivar los disparos de los francotiradores. El túnel se ha convertido en museo y ahora mismo se puede visitar una parte del mismo, básicamente reconstruida, pues era una estructura un tanto endeble.








Tras la visita al túnel tuve que afrontar una larguísima avenida, el Bulevar Selimovica que te transporta hasta el interesante centro histórico de la que en otro tiempo llamaron la Jerusalén de Europa, ciudad multicultural que ahora no lo es tanto, en un país donde la segregación es evidente.
A lo largo de la avenida se combinaban edificios en un estado casi ruinoso con flamantes centros comerciales y las clásicas moles que uno puede encontrar en todos los países del Este. Cajas de hormigón iguales unas a otras y vetustos edificios oficiales.



Pero todo cambia al llegar al restaurado centro histórico de la ciudad, aunque sea enfrentándote al tráfico atascado y caótico, montado en mi bici con alforjas y viendo como los coches adelantaban a los tranvías usando la zona de los raíles como un carril más.
El centro de Sarajevo es una zona que rezuma historia por los cuatro costados. Donde se aproxima uno al Puente Latino en el que el nacionalista Gavrilo Princip disparó al Archiduque de Austria, provocando la Iª Guerra Mundial.



Un final de avenida en el que giré hacia el hostel por la recién restaurada biblioteca Vijecnica que fue arrasada por las tropas serbobosnias del infausto general Mladic.



Inevitable pensar que el esquema nacionalista que provocó la Iª Guerra Mundial resulta válido un siglo después para entender la realidad de los países de la antigua Yugoslavia.
A lo largo del camino me di perfecta cuenta que, excepción hecha de unas pocas localidades, la segregación entre comunidades es total. Precisamente una de las excepciones es Sarajevo, donde se respira una cierta tolerancia y multiculturalidad. De hecho penetrar en el casco histórico da idea de hasta qué punto existió convivencia entre las diferentes comunidades hace poco más de un siglo.



Sinagogas, mezquitas, iglesias tanto ortodoxas como católicas. Unas calles empedradas por las que resulta casi imposible meter un vehículo a motor y que confluyen en la fuente pública de Sebilj, centro neurálgico del bazar del siglo XV.



La acumulación de monumentos en un solo barrio es impresionante, aunque mejor que contarlo es verlo en persona, más aún cuando no se es un experto en arte otomano, como es mi caso.
Personalmente creo que conviene no perderse la herencia judía, comunidad que resultó exterminada a manos de los ustasha croatas mano a mano con los nazis alemanes.



Y fuera de la zona de Bascarsija el museo donde se repasa el sitio de la ciudad es imprescindible, aunque se queda un tanto pobre de fondos. El edificio en sí mismo es una buena muestra de la dureza del bloqueo, pero las huellas de la guerra se ven por todas partes. Otras no se ven, pero ahí siguen.
Nadie ha olvidado en Sarajevo, ni en Mostar, ni en tantos otros lugares.



Hay monumentos que recuerdan una realidad atroz, como el dedicado a los niños muertos en la ciudad durante la guerra, o los improvisados cementerios en parques o cruces de calles.
Todo es demasiado reciente, aunque no es menos cierto que la gente habla de ello sin tapujos. Más que nada porque fueron en este caso fueron más víctimas que verdugos.


Si Sarajevo podrá realmente pasar página, en una paz cogida con alfileres y donde los conflictos territoriales y étnicos siguen latentes, la historia lo dirá. De momento es una ciudad totalmente recomendable en la que respirar historia contemporánea en cada rincón.



sábado, 24 de octubre de 2015

Cicloturismo balcánico 6ª etapa Cañon del Piva-Miljevina 58kms

Con leve mejoría del tiempo seguí descendiendo el cañón del Piva hasta su confluencia con el río Tara, lo que da lugar al nacimiento del Drina, inmortalizado por la novela de Ivo Andric, un libro totalmente recomendable.


El nacimiento del Drina, visto desde Zadragje


Un río que nace prácticamente en la frontera de Bosnia Herzegovina, que crucé tras un momento especialmente amable, cuando recalé en un bar de trabajadores en que me invitaron al café, me dejaron ducharme y encima firmé en un peculiar libro de visitas.
Antes de ello visita de nuevo al monasterio de Zagradje y vista de otra hermosa panorámica.
El cruce de la frontera me dejó realmente perplejo. En primer lugar por la frontera en sí: un pontón de madera y una garita viejuna.



Monasterio de Zagradje

Frontera bosnia

Y tras ella una carretera que decía ser nacional y que se encuentra en un estado totalmente lamentable. Muchos baches y parcheada por todas partes. Además sin quitamiedos, pese a que a menudo circulaba junto a precipicios y terraplenes considerables. Lo que los fríos datos afirmaban empecé a verlo en persona, me hallaba en un país menos desarrollado económicamente.





Vista del firme de la carretera nacional

La carretera me llevó a lo largo del Drina atravesando una zona en la que la despoblación tras la guerra de Bosnia había hecho mella. Se veían con frecuencia edificios dañados, abandonados y también cementerios musulmanes criando hierbajos.
Me hallaba en la llamada República Srpska, territorio donde la limpieza étnica contra los musulmanes por parte de los serbios fue especialmente dura y en la que casi no quedan enclaves musulmanes de importancia, excepción hecha de Gorazde.
En esta entidad subestatal también se halla Srebrenica, tristemente célebre por la masacre de 1995.
Otro lugar de infausta fama durante la guerra de Bosnia fue Foča, ciudad en la que recalé a eso del mediodía, tras un recorrido tranquilo, pero amenazando lluvia.




Vista general de Foča


Foča, llamada por muchos de sus habitantes Sbrinje (lugar de los serbios), es hoy una ciudad con un centro restaurado y unos barrios muy deteriorados en los que se masca la pobreza y un nada disimulado nacionalismo serbio.
Esta ciudad fue el triste escenario de violaciones masivas a mujeres bosnias internadas en campos de detención y existen 2.704 casos de desapariciones durante la guerra.
La aspiración de una parte de la provincia es incorporarse a Montenegro, hasta el punto de que hacen publicidad turística conjunta y llegan a incluirse en el mapa de la república vecina.


Emblema nacionalista serbio


De la presencia bosnia en la ciudad quedan algunas lápidas de estilo otomano decorando los parques y poco más. Hubo un tiempo en que todos convivían, hace tan sólo 30 años, pero parece que hayan pasado siglos. Las mezquitas fueron voladas y algunos de los edificios que resultaron dañados durante la guerra siguen allí como testimonio de un horror muy cercano.





Seguí camino y terminé llegando a la pequeña ciudad de Miljevina, dedicada a las minas y a la industria de la madera. Ciudad fea, pero con una pensión y bungalows muy económicos y gente amable. Empezaba a llover, así que hubo que buscar refugio.
Al día siguiente me iba a poner como una sopa, pero la noche con la lluvia me sirvió para leer un poco sobre todo lo acontecido en esa zona durante una guerra de cuyo final se cumplían entonces 20 años. Una nada desdeñable colección de atrocidades que se han solucionado con varios grupos religiosos segregados totalmente entre sí y separados físicamente. Tendría tiempo de comprobarlo in situ.

La ruta del día, sin el desvío al monasterio Zagradje


miércoles, 21 de octubre de 2015

Cicloturismo balcánico. 5ª etapa: Vir-Cañón del Piva, 76kms

Tras tanto subir montañas recorriendo Montenegro, por fin me tocó bajar, en medio además del alucinante paisaje que conduce a la frontera con Bosnia-Hercegovina.
Fue una etapa de vértigo, durante buena parte de la que bordeé gargantas y barrancos con cientos de metros de caída que cortan la respiración en el entorno de los ríos Pivo y Tara.
Todo ello con el Parque Nacional Durmitor al Este, bosques y un clima que fue empeorando.
La despoblación se fue haciendo evidente y la única localidad destacable que atravesé en toda la jornada fue Pluzine, con sus 1500 habitantes.




Parque Nacional Durmitor


El pueblo de Pluzine con el embalse al fondo


Toda la provincia norteña de Montenegro tiene una exigua población de 5 habitantes por km2. La zona es muy abrupta, con un clima frío, montañas de más de 2000ms  y toda su actividad económica se centra en algo de turismo, ganadería y madera. Una economía casi de subsistencia que conocemos muy bien en Aragón y que propició el abandono también de tantos pueblos...




Ha contribuido a esa despoblación la construcción de grandes obras hidráulicas, que anegaron parte de las tierras fértiles de los valles.
Pero en un entorno tan duro me crucé con gente especialmente amable, empezando por el artesano Aleksandar al que me encontré en la carretera y con el que compartí café, bocata y una agradable conversación. Me recomendó el viaje hacia Serbia, pero no estaba en mis planes. Otra vez será.




Luego coincidí con dos aguerridas cicloturistas que estaban haciendo el camino en dirección contraria a la mía. Espero que les fuera bien. Lo que yo iba bajando ellas aún tenían que subirlo.
Y más tarde, en Pluzine, con un café a la orilla del embalse que baña el pueblo, me contaron algo de la historia de las carreteras que transitan por la zona, las minas... Una tierra dura, en definitiva, llena de gente majísima.



Entre unas conversaciones y otras terminé llegando de noche cerrada a un bosque donde montar la tienda y pasar la fría y húmeda noche, pensando en los osos y lobos que habitan el cercano parque nacional. Me aseguraron que no se veían mucho, pero uno no las tiene todas consigo.
Pretendí estar alerta, pero lo cierto es que me dormí como un tronco.