lunes, 25 de mayo de 2015

De Rumanos y sajones (III). Sainete en Copsa Mare


Empezar la mañana en Biertan fue una buena prueba, dado que lo primero que uno se mete al cuerpo, según la severa tradición local, es un vasito (o dos o tres) de palinka, el aguardiente local de frutas. Tras ello embutidos sin fin, salchichas, queso rancio y al final, por piedad,un poco de café.

Impresionante desayuno sajón

Los pueblos distan muy poco unos de otros, aunque por malas carreteras y pistas forestales, por lo que una buena alternativa es la bici para recorrerlos, como hicimos nosotros para acudir a Copsa Mare (Grosskopich en alemán), con dos cacharros a pedales y casi sin frenos, que nos sirvieron para conocer la espectacular iglesia fortificada que resistió varias invasiones.



Espectacular, pero maltratada por el tiempo y descuidada, a lo que no ha sobrevivido tan bien ha sido a la decadencia económica. Por todo cuidado patrimonial una familia que vive en una casa pegada a la muralla del bastión y abre y cierra el recinto. Nuestro guía: un niño con una metralleta de juguete. Dentro de la misma artesonados que se caen y un hermoso órgano criando polvo.



Nuestro guía en la iglesia de Copsa Mare

Ese día fuimos los primeros turistas y pudimos recorrer la iglesia a placer, además del pueblo, especialmente bucólico y enclavado en un pequeño valle junto a un río.
Allí nos encontramos con un representante de otra de las minorías que viven en Rumanía, los szekely, de origen y lengua húngara que regentaba una agradable tienda/cantina en la que tuvimos que pasar un buen rato.





Iglesia fortificada de Copsa Mare

En Copsa Mare también reside una gran comunidad gitana, que pasan por ser los parias entre los parias en Rumanía. Enfrentados a un racismo indisimulado viven en condiciones míseras, en infraviviendas y a menudo en guetos.
Nuestro encuentro con la cultura gitana fue más bien un encontronazo, puesto que, cuando ya nos íbamos de Copsa Mare descubrimos que nos habían robado las destartaladas bicicletas.

Secuencia simple: guiris tomando fotos en un pueblito sajón. Bicis supuestamente escondidas en un ribazo. El robo más fácil del mundo. Los panolis acuden a la cantina y llaman a la poli. Se arremolinan lugareños de todas las edades, mayormente hombres, alguno de los cuales se ríe por lo bajini...
Al rescate acudió un amabilísimo rumano que residía en Barcelona y fue nuestro ángel de la guarda ese día.
Desde Biertan acudieron tres polis montados en un dacia que parecía iba a caerse a pedazos, uno de los cuales era una simpática bola de sebo al que la camisa se le quedaba pequeña y que sería mi chófer, puesto que tuve que acompañarles en el coche visitando a los patriarcas locales de la comunidad gitana, con otro poli más joven y mejor vestido que por lo menos hablaba inglés.



La visita turística a las calles donde viven los gitanos fue menos agradable. Gallinas saltando, casas donde se acumulan toneladas de deshechos que venden para el reciclaje y niños señalados por esa mirada cruel que tiene la pobreza. Podría ser también una peli de Kusturica, pero no tenía maldita la gracia.
Mientras el panoli número uno da vueltas con el aguerrido comando policial, la panoli número dos toma fotos de todo y escucha los comentarios que aquí también se oirían ¿Dónde vamos a llegar? Si es que ya no hay rumanos de bien.
La cantina resultó ser un rincón cálido en el que fabricaban su propio vino y donde nos pusieron al día de las duras condiciones de vida en la Rumanía rural, condenada a la emigración masiva. Muchos sajones se han ido a Alemania, los skezely a su Hungría de origen y muchos otros a donde han podido, pero mayormente a España, Italia o Reino Unido.

Tras la búsqueda infructuosa, vuelta al pueblo en el coche patrulla y sonrojo por volver sin las bicis.
Comemos sopa de col (es imposible no probarla si visitas la zona) y a la hora del café, cuando ya estábamos hablando de como abonar la pérdida vuelve a aparecer el dacia policial, resistiendo los embates del camino y con las dos bicis atadas con alambres y sobresaliendo del maletero.
Alegría, risas de nuestros anfitriones, unos cafés con pasteles y solo faltaba música de Bregovic de fondo, así que la pego aquí. Yo me tomé el enésimo palinka, aún a riesgo de desarrollar cirrosis.
Por la tarde pudimos tener un poco más de ambiente típico, preparando sidra, visitando el pueblo y despidiéndonos de la entrañable pareja de abuelitos, Hermine e Ioan que nos acogieron.
Seguro que siguen allí. Si alguna vez, viajando, recaláis en Biertan, será un excelente sitio donde alojaros. Por sabor local no será.

Y si pasáis por la comisaría del pueblo podéis saludar a los tres aguerridos polis. A lo mejor les han comprado un coche nuevo.


Fabricando sidra casera

martes, 19 de mayo de 2015

De sajones y rumanos (II) Medias y Biertan.


Llegar hasta los pueblos sajones en transporte público no es cómodo. Hay que aventurarse en uno de esos trenes rumanos de segunda clase que se mueven a velocidad lenta hasta lo inimaginable, saliendo de Sibiu, la preciosa ciudad medieval de las tres plazas.

Un bucólico rincón de Biertan

La vía atraviesa parte del paisaje desolado del desarrollismo industrial de la época soviética. Unos planes de industrialización que se concebían a medida de la producción, no de las personas y menos aún del medio ambiente. Esto produjo engendros como la deteriorada Copsa Mica, donde las malformaciones en sus habitantes son norma. Pasar por la zona, con sus tierras ennegrecidas y fábricas abandonadas pone los pelos de punta.

                     
Copsa Mica, espantoso paisaje industrial

No menos dantesco, el WC del tren

El trayecto concluye en una parada de buses en Medias, en otro tiempo residencia de una gran comunidad judía. Medias es el primer enclave de los pueblos sajones y tiene un casco histórico empedrado en cuyo límite está la sinagoga, la tercera más grande del país en su momento, ahora en restauración.
Toda la ciudad está dominada por la llamada Torre del Trompetista, anexa a la iglesia fortificada y que, por cierto, lleva años inclinándose, aunque sin peligro, de momento.

Torre del Trompetista, Medias

Desde la destartalada estación de buses tomas un furgón que, unos cuantos baches y cuestecillas después, te deja en el pueblo sajón más emblemático: Biertan.

Tras el lío del transporte el del alojamiento no es menor, puesto que solo hay dos hospedajes en Biertan y suelen estar llenos. En el resto de los pueblos la única opción son las casas particulares.
Pero nuestra llegada estuvo bendecida por el surrealismo que acompaña al viajero que no entiende un idioma. Nos explicaron algo sobre unos alemanes, pero no esperábamos encontrarnos a una cuadrilla de señores con sombrerito tirolés celebrando una especie de fiesta regional con salchichas y cerveza. Tampoco entendimos muy bien lo del alojamiento.
Eso sí, la fiesta no eclipsaba ni de lejos la espectacular iglesia fortificada de Biertan que domina todo el pueblo, motivo por el que esta localidad y otras con edificaciones similares, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad.
En la fiesta, ya un poco achispado, se encontraba el señor Ioan, que solo habla rumano y un poco de alemán, pero con el que conseguimos hacernos entender y que nos ofreció habitación en una casa tradicional con su bodega, su baño de tiempos pretéritos en el huerto (abstenerse aprensivos) y habitaciones de sobra. Tener 8 hijos da para mucha cama. La maldición rumana: todos han emigrado fuera del pueblo, la mayor parte al extranjero.

Ioan, nuestro hospedador en Biertan

Un pequeño detalle... había una pistola en la mesa de la cocina. Mejor no preguntar. Por lo menos Ioan la guardó y nos ofreció el palinka de bienvenida junto a su encantadora y sajona esposa, Hermine.
Este sería solo uno de los episodios surrealistas que nos iban a suceder en un sainete digno de una peli de Kusturica.



Ioan y Hermine, vaya gente encantadora

Respecto a Biertan es sin duda el pueblo mejor conservado y, pese a sus escasos 3000 habitantes, ha hecho una buena labor por mantenerse impoluto. Su iglesia fortificada es un impresionante bastión de doble muralla con muros de hasta 12ms de altura.


Iglesia fortificada de Biertan

Detalle de uno de los escudos de armas de la zona

El caserío tradicional del pueblo tiene algo de cuento, sobre todo en las mañanas brumosas, con viviendas de madera rodeando pozos de agua y está rodeado de bosque que se va recuperando tras la atroz industrialización del país.

En dirección sur una bodega visitable donde se producen vinos que a los mediterráneos se nos antojan sosos y faltos de grado. Por el mismo camino se llega al diminuto pueblo de Richis, un agradable paseo a orillas de un arroyo que termina en la iglesia fortificada de turno. Tras la paliza a dormir en el cuarto plagado de santos y vírgenes de todas formas y colores.



Siguiente capítulo: Copsa Mare, una experiencia surrealista.

domingo, 10 de mayo de 2015

De Sajones y Rumanos. Parte I: Sibiu


Europa, pese a todos sus nacionalismos (los de siempre y los nuevos), es un ente bastante difuso en cuanto a fronteras.
Las únicas que parecen estar claras son las que se pintaron sobre un mapa, pero esas no las elegimos la gente de a pie, por desgracia, con lo cual tendemos a crearnos fronteras culturales, étnicas y religiosas. El pueblo rumano no es una excepción, pero una visita a este interesante y no muy turístico país, te lleva a repensar muchas cosas.
Si uno se deja de falsos castillos de Drácula y alguna que otra ciudad reconstruida más como un poblado tirolés que otra cosa en Rumanía puede uno encontrar lugares realmente únicos. Uno de ellos bien puede ser el llamado país sajón, sasi en rumano, con sus iglesias fortificadas, sus ciudades patrimonio de la Humanidad, casitas de madera y población amable, amén de cervezas y comida a un precio muy razonable.





¿Quiénes son estos llamados sajones? En realidad se trata de rumanos de origen alemán que mantienen su lengua, costumbres y sobre todo su alimentación, que puede hacer que el colesterol llegue a límites insospechados como te descuides. De hecho Transilvania no está completa sin sus sajones, aunque éstos fueron objeto de una triste persecución. 80.000 sajones transilvanos fueron arrestados por el ejército soviético y enviados a campos de trabajo tras la segunda Guerra Mundial. La mayor parte de ellos, por otro lado, sufrieron persecución étnica durante el demencial régimen de Ceacescu y es por lo que buena parte terminaron emigrando a Alemania.




Una visita a Sibiu es imprescindible.
Sibiu es una ciudad donde los tejados te miran con unas ventanitas en forma de párpado entrecerrado que te acompañan a lo largo de todo el periplo por la zona sajona.
Es, por otro lado, una de las ciudades más peculiares en cuanto a distribución urbana de su época. Lo frecuente en el medievo era una plaza central y comercial, donde estaban además las instituciones civiles. Sin embargo Sibiu tiene tres plazas entrelazadas que producen un curioso efecto urbano al que se suman las diferentes alturas de las calles y las murallas.
Intentar cubrir todos los edificios de interés de la ciudad es prácticamente imposible, pues uno de cada tres está catalogado, así que es cosa de pillarse una guía detallada y volverte majara pateando calles o seguir el instinto y perderse callejeando. Fue lo que hicimos y el resultado fue óptimo.

La autora de las fotos en un típico edificio Art-Decó en Sibiu
Aclarar que el tiempo en Rumanía, aún en verano, es bastante más húmedo, por lo que nos recibió una buena llovida que se prolongó tres días, lo que nos resultó útil de cara a encontrar la Rumanía menos habitual.
Una Rumanía que nos mostró un consejo que suele servir para cualquier viaje es viajar sin los prejuicios que tanto nos acompañan en la maleta de nuestra cabeza. Es por ello que pudimos asistir a una interesante exposición LGTB rompiendo barreras dentro de un país donde existe una homofobia muy arraigada. De hecho fue casi lo primero que nos encontramos, para nuestra sorpresa.

Una de las fotos de la exposición por la libertad sexual

Tras ello tocó algo más de turismo tradicional, pero no sin antes pasear una soprendente y amplia Feria del Libro. Se celebra en julio y se pueden encontrar libros en varios idiomas.
Como también hay que alimentar el cuerpo, además del espíritu, en otra plaza visitamos un mercado de productos tradicionales (muy recomendables los quesos y licores) que se pone casi a diario junto a la iglesia evangélica en Piata Huet. Ya puestos a alimentar el cuerpo conviene investigar los desayunos de Piata Mare y alrededores. Impresionante el café Atrium.

¡A la rica panceta!

De lo más destacable, ya lo he dicho, pasear, dejarse llevar por las calles del casco histórico. La Torre Sfantului tiene la mejor vista de la ciudad y no hay que perdérsela.
En lo negativo sorprende la escasa oferta de alojamientos de precio económico. Conviene reservar con tiempo y asegurarse de la zona de la ciudad donde se encuentra tu pensiunea, pues te arriesgas a paseos adicionales que incluyen las empinadas cuestas de acceso a la ciudad antigua.


Siguiente capítulo: Biertan y los pueblos sajones.