miércoles, 22 de octubre de 2014

Postales de Tierra Santa

Gracias a la gente de el Pollo Urbano, veterana publicación zaragozana, que nos sacaron este simpático artículo el pasado octubre.
No cuento en este blog, caótico y atemporal, más que breves flashes de algún que otro viaje, pero este artículo, en su momento, estuvo de plenísima actualidad.





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Por J. M. Marshall
Fotografías de Paloma Marina

     Ir de turismo a eso que llaman Tierra Santa no deja indiferente a nadie. Sea por lo que sea, desde verte abducido por un arrebato de fe judía, cristiana o musulmana (táchese lo que proceda) a ejercer de turista solidario y entregar un poco de tu tiempo a quienes peor están, que son legión, es imposible que esa tierra no te deje poso.
     Pero como uno viene a estos sitos a hacer de turista, que esencialmente es un mirón con ínfulas, lo mejor es quedarse con unos cuantos flashes, unas postales que compongan un poco el cuadro.
     Primera postal, cortesía armada. Quien espere encontrar amabilidad entre los israelíes probablemente tendrá que buscarla a fondo y sacarse la espinita que produce estar permanentemente rodeado de personas que portan un subfusil automático, ya sea M16 o Galil. Aquí, de niño, aprendes nombres de juguetes, muñecas o marcas de coches, y en Israel puedes aprender de armas, todo esto después de ir en tu tierna infancia a Masada a jurar morir por tu país. Las armas están tan presentes en la geografía cotidiana como el color oliva de los uniformes de los miles y miles de soldados que acompañarán tu viaje.
    Mirada religiosa. Tiempo de oración. Ya sea de rodillas, balanceándose frente a un muro o cargando un crucifijo es imposible pensar Tierra Santa sin su aroma santurrón y con un punto fanático. En la santa Jerusalén las callejas serpenteantes son recorridas por beatas con rosario, barbudos de diversos pelajes y todo lo último en moda medieval de vestimenta, con un toque retro de la Europa del Este que aportan los judíos jasídicos. En esto sí que hay una gran diferencia con los sitios turísticos habituales. No van disfrazados, se lo creen.
   Parada turística, otra postal. Imprescindible si entras o sales de Palestina, si cruzas el desierto, si entras a una estación o, incluso, una oficina de correos. Una parada turística inevitable es el checkpoint. Los hay más rutinarios con su scanner y detector de metales, más cool, con sus garitas refrigeradas y sistemas informáticos. Pero también abunda el estilo desenfadado de la barrera de hormigón que bloquea el paso, e incluso el toque más bélico del parapeto con su lona de camuflaje. Sobre cortesía en los checkpoint, diríjase a la primera postal.
     Bantustanes de nuestro tiempo. Técnicamente, un bantustan se denominaba en África a la porción de tierra cercada donde vivían habitantes no blancos. Vallados o no, seguro que no tenían la espectacularidad del Muro de Cisjordania. Una vista de más de 700kms de torretas de vigilancia, alambre de espino, cemento y acero que es un verdadero reclamo turístico bastante fotografiado. El mediático Banksy estuvo aquí y seguro que también se estremeció.  El muro es la oportunidad de oro de encontrar street art de diversas partes del mundo y humildes relatos de una realidad muy dura.
    Y esta postal, ¿cuánto me cuesta? Inflación galopante y precios desbocados. Pero si yo pensaba que aquí el nivel de vida era más bajo… Seguro que sí, pero eso no es óbice para que el coste de los productos más básicos sea desorbitado. No se olvide usted, sr. turista, que aquí lo importamos todo y que gastamos mucho dinero en un estado de guerra permanente. Hay quien dice que hasta una quinta parte de todo el Producto Interior Bruto israelí va destinado a la militarización del país. Respecto a los palestinos, lo que no es proporcionado por la ONU depende de Israel, por lo que una persona que gana de media unos 300-400 euros al mes paga casi un euro por un simple yogur, por poner un ejemplo.
    ¿Quiénes son estas personas? Estás en Belén pero no es Belén, o en Jericó pero no es Jericó. Son más de dos millones y son los habitantes de ninguna parte, los no censados más que por la ONU, los que construyen barrios, porque en algún sitio han de vivir, pero resulta que se llaman campos. Algunos ya van por la cuarta generación y los llaman refugiados. En principio, ahí seguirán. Algunos se consideran afortunados, mira qué cosas, porque, dentro de lo malo, están en Palestina y no en el inestable Líbano o, peor aún, en Siria. Aqabat Jaber, Aida, Balata o Tulkarm son las tierras de nadie. Como siempre se puede estar peor, puedes tener muy mala suerte y recalar en Gaza, a tiro de bomba inteligente o en el lugar equivocado. Por ejemplo, sobre un túnel de Hamas…
      La postal amable, la sonrisa de un niño. Si de algo andan sobrados en Tierra Santa es de críos y crías. Con unas medias de natalidad inconcebibles para el estándar ibérico, son el desdichado daño colateral, ese cruel eufemismo. Una infancia que vive condicionada por el conflicto, por la imposición religiosa de la casa en la que naces y que te acompañará de forma permanente, a no ser que abandones tan santo territorio por otros más paganos.
     Mejor quedarse con esta última postal de esperanza, ya que parece que una vez más ha sido imposible que este breve artículo salga imparcial. Nadie lo es y son muchos, demasiados, los actores en esta película, mezcla de cine bélico y thriller político. Es bueno ver en persona las cosas, mejor reflexionar sobre ellas y pensar que, a menudo, nos venden demasiadas postales, demasiados clichés como reales, cuando en realidad puede que estemos mirando un enfoque fuera de cuadro.
 

lunes, 6 de octubre de 2014

Bucarest dorada y gris

El tópico suele decir de un sitio que no deja indiferente. Bucarest bien podría encajar en esa definición y puede servir de excelente botón de muestra para palpar la realidad rumana en un par de días.
Lo cierto es que la ciudad tampoco merece una visita demasiado larga, pero sorprende por la mezcolanza de estilos del casco histórico de la misma, desde Modernismo, Neoclasicismo o Art-Decó al horrendo mamotreto del Parlamento de Ceacescu.
Bucarest cumple también con todos los peores tópicos de ciudad del Este. Fea, gris, sucia y descuidada. Entre estupendos edificios con decoración estilo imperio, de los tiempos austrohúngaros, languidecen otras joyitas históricas en plena ruina.
La ciudad combina, en un mismo espacio, la infravivienda con las villas de lujo. Los edificios ocupados por población gitana en evidente exclusión social, con las embajadas.
Cables colgando por todas partes, algunos directamente rotos por los que confías que no pase electricidad. Perros callejeros, pero no abandonados, pues es frecuente encontrar personas que cuidan y alimentan a la ingente población canina. Ha habido tímidos intentos de control y esterilación, con escaso o nulo éxito.
Dentro del tráfico caótico, junto a los populares Dacia y Daewoo en diferentes estados de conservación, sorprende a cualquier visitante es la cantidad de coches de alta gama que recorren las anchas avenidas de la dictadura comunista, que fueron construidas a costa de demoler media ciudad, en el delirio urbanístico de Ceacescu. Choca comprobar que, por muy ancha que parezca la avenida, siempre consigue llenarse.

La inmensa mole del Parlamento

Pero, al mismo tiempo, Bucarest es una ciudad viva e inquieta, que atesora una vida cultural reflejada en un buen puñado de teatros, todos con temporada estable, clubes con música en vivo, moda... Y no sólo eso, sino un repertorio de bares de diseño, con música temática, con jazz, blues, con tecno o rock a la última a precios sin competencia si tomamos el estandar español de este tipo de lugares.
Un paseo por los alrededores de Calea Victoriei y el Casco Histórico (Centrul Vechi) ya nos puede orientar de lo que se cuece en la ciudad. Nada que ver, por supuesto, con los barrios que se alejan más del centro, donde se alinean cientos de bloques de diseño casi idéntico y calles no muy bien asfaltadas, aunque con intentos de mejora.
Por otro lado merece la pena una visita a la Bucarest judía, si consigues encontrar abierto el Museo, tarea difícil, y, si hay suerte, dedicar un tiempo a alguno de los festivales que se celebran en la ciudad.
También llama la atención, tras la temporada en que el ateísmo era oficial por decreto, el renovado fervor religioso de buena parte de la población urbana, que se manifiesta en misas llenas y gente que se santigua al paso por cualquier iglesia. En persona asistimos a las filas y aglomeraciones por venerar la reliquia de san Esteban en pleno centro de la ciudad.
Y los bares... Bueno, qué decir de precios de un euro por medio litro de estupenda cerveza.
La hostelería, algún museo interesante y la vida cultural son la parte dorada de Bucarest.



 Uno de los elegantes cafés del centro de Bucarest



B-FIT in the Street. Una agradable sorpresa

La segunda semana de septiembre nos pilló en Bucarest con uno de los más estimulantes festivales de teatro en la calle que me haya encontrado: B-Fit Festival.
Tuvimos la suerte de poder asistir a la actuación de la Fura dels Baus con el Parlamento de Ceacescu de fondo, pero también participaron grupos de la propia Rumanía, Francia, Holanda...
En el festival había desde performers que actuaban en solitario a grupos de batucada o teatro de vanguardia. Todo gratis y todo en la calle.
Una lástima la asistencia, que no fue muy masiva aunque el espectáculo lo merecía. La Fura, especialmente, ofreció un show muy intenso, aunque a ratos un tanto desigual, con grandes estructuras de metal y un juego de luces y proyecciones realmente espectacular.
Este festival se sigue realizando todos los años y, si estás en Bucarest, no deberías perdértelo.

Un momento del espectáculo de la Fura dels Baus


Una conversación y cuatro Ursus

Ursus es una de las estupendas cervezas rumanas.
Mihai es un joven trabajador que habla un perfecto castellano y que nos sirvió de introducción a la actualidad rumana y a la vida cultural de Bucarest.
Nos ilustró especialmente sobre la realidad más cotidiana de la ciudad. Nos sorprendieron especialmente los precios de muchas necesidades básicas en Rumanía, como por ejemplo la vivienda.
También una percepción que nos repitieron otras personas a lo largo del viaje, la idea de que se ha "vendido" el país con las sucesivas oleadas de privatizaciones que han derivado en una terrible inflación.
Por otro lado nos vino muy bien para desmontar la imagen absolutamente desproporcionada de inseguridad que se da sobre la capital rumana. Es cierto que no hay muy buena iluminación en algunas calles, pero los niveles de delincuencia son bajos. Pobreza no es delincuencia. Por desgracia en Bucarest hay mucha gente sin recursos, pero eso no les convierte en delincuentes, aunque picaresca siempre hay, sino no hay más que intentar coger un taxiLengua fuera.
El salario medio de una persona en Rumanía son unos 300 euros mensuales, en labores agrícolas aún menos y un camarero puede ganar unos 200.
Sin embargo un alquiler en un barrio alejado del centro en Bucarest rara vez era inferior a los 150 euros por un apartamento de una habitación. Se podían encontrar habitaciones para compartir por unos 100 euros, esta era la cara más gris de Bucarest.

Orientándonos con nuestro amable guía local


Una bicicleta Pegas, ciclismo retro rumano

 
Lugares en Bucarest...
Para tomar algo: Atelier Mecanic (Str Covaci). No asustarse por el aspecto de este bar de diseño, los precios son económicos. La propuesta estética está cuidadísima, una fábrica de los años 50 en el que se han aprovechado las antiguas estructuras, con mobiliario casualmente descuidado, proveniente de escuelas y talleres.
Hanul Lui Manuc es una antigua posada armenia, restaurada cuidadosamente y llena de rincones. Muy cara para dormir, pero ideal para tomarse un cafécito o una cerveza lejos del tráfico.
Para dormir: Butterfly Vila Hostel Stirbei Voda no 96. 021 314 7595 La relación calidad/precio de este lugar mochilero es inmejorable. Para descrédito de la hostelería rumana hay que reconocer que encontramos bastantes sitios catalogados como hotel estaban peor cuidados que este sitio.
Bicis: En varios puntos en la zona centro de Bucarest ha surgido una iniciativa de préstamo de bicicletas por un precio casi simbólico. Puedes encontrarlas en el parque anexo al Parlamento, hacia el Norte. Son unos 5 euros por día completo y hay carriles bici, aunque nada respetados.
Bicicletas Pegas. Las antiguas bicis de tiempos de Ceacescu se han vuelto a poner de moda. Por unos 200 euros te puedes pegar el capricho ciclista vintage. Luego hay que traerlas, claro.
Consejo de transporte: Para llegar desde/a los aeropuertos de Bucarest hay dos líneas de bus realmente económicas la 783 y la 780. Pese a lo que te digan los taxistas, la 783 funciona 24hs al día y te deja en el centro por menos de un euro.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Chiang Mai en dos conversaciones

Si uno quiere huir de la ríada turística que toma Chiang Mai como una especie de parque multiaventura que incluye rafting, canopy, ciclismo btt y elefanting, aunque parezca mentira hay varias posibilidades dentro de la misma ciudad para conocer algo más de la realidad tailandesa e incluso echar un cable a alguna buena causa.

Para empezar hay que dejar clara una cosa: Sólo hay un centro de recuperacion de elefantes en la zona de Chiang Mai, aunque hay varios en ciudades cercanas como Lampang. Muchos de los presuntos centros de recuperación no son sino shows turísticos y conviene preguntar en qué consiste exactamente la labor de recuperación del centro donde nos llevan, porque podríamos estar generando el efecto contrario: la explotación de los elefantes.

Mi jornada en la turística Chiang Mai empezó por todo un clásico: un cafécito en una cafetería hokkien, al estilo puramente italiano, pero con café de las cercanías, de excelente calidad y cultivo orgánico. Hay muchas en Chiang Mai, pero probablemente las más interesantes son los pequeños chiringuitos situados en una esquina, que distribuyen cafés, como el de la marca Nacha, que benefician directamente a comunidades locales.




Más tarde, hice caso a una recomendación de la sacrosanta Lonely Planet y acudi a charlar con un monje novicio al Wat Chedi Lung.
¿En qué piensa la juventud tailandesa? Pues en política y antes de lo que pensaba, pues hasta el momento había sido un tema del que no había tenido ninguna información. Miedo a una nueva junta militar, a un posible retroceso en jóvenes por un lado apegados a su tradición budista, pero que también andan ávidos de blackberries, Facebook y una cierta libertad sexual.
Hablo primero con un chico de instituto con una perfecta dicción inglesa, un tanto británica, que deja a la altura del barro mi inglés de fuerte acento castellano y volumen excesivo para un oriental. Me queda claro que mi volumen de conversación es comparable al de un vendedor callejero. Todo esto entre sonrisas, pues la cortesía, el "no perder cara" es fundamental.

Para Sengsopam su forma de ver la vida es un tanto diferente. Con 8 años ya de formación para monje, pues lo habitual es empezar el noviciado en cuanto se termina la primaria, la vida se presupone tranquila y meditativa, pero eso no quita para que sea un gran seguidor del hip hop y ávido lector de prensa en inglés.
Hablamos de Eminem, de la cantidad de preconceptos que se tienen sobre el budismo y ellos tienen sobre lo que llaman "cristianos", así, en general.

 

Planteo abiertamente si los monjes intervienen en política, algo tan común entre la jerarquía católica, pero él lo ve más bien como cosa de otro tiempo, algo que ya no es habitual y es más típico de otros países. Supongo que se refiere a la cercana Myanmar o puede que a Tibet, aunque en Tailandia pertenecen a otra corriente del budismo.
Nadie, o al menos no lo encontré en todo el viaje, cuestiona lo más mínimo a su longevo monarca o la figura en sí de la monarquía y las alusiones a la política son más bien tímidas.
De hecho, por lo conversado, cuando un niño empieza a convertirse en monje se despega bastante de la familia. Sensopam es del mismo Chiang Mai, pero eso es poco común. La mayor parte de los monjes provienen de zonas rurales y culturalmente tienen poco que ver con la agitada vida urbana tailandesa, que tiene mucho más en común con cualquier ciudad occidental, tal y como la concebimos en Europa, que con las tradicionales formas de vida, que en Tailandia se asocian más a una cierta forma de atraso cultural. Chocante, pero es así.
Al fin y al cabo el hecho religioso en este país no es muy distinto de lo que puede ser en España. La gente acude a rezar, pero no en multitudes, y es muy raro quien acude al templo con frecuencia. Es más una costumbre social que un fervor y un hecho social comparable al que puede existir en el mundo musulmán, por ejemplo.
El budismo está presente en la sociedad y era buena parte de su realidad para mi conversador monje, pero uno termina por darse cuenta de que no deja de estar hablando con una persona joven, con las inquietudes propias de cualquier joven y con una mirada crítica que sorprende.
Lástima de ese toque efímero que traen todos estos viajes de observador tranquilo para poder saber más de esas realidades tangenciales al viaje como son las personas.
Una ciudad convertida en escenario turístico dice muy poco al visitante. Un par de simples conversaciones te cuentan más que el más espectacular de los museos.

 Inquietante reproducción en cera de un importante monje con restos de su cuerpo en frasquitos