viernes, 20 de febrero de 2015

Lisboa decadente y contemporánea




Lisboa es uno de esos destinos al que acude uno porque es agradable, cercana, por los fados, la ginjinha (especie de licor de cereza) y porque los precios son asequibles.
Muchos acuden sin grandes expectativas, pero lo cierto es que es una ciudad, como tantas otras, que termina sorprendiendo por una serie de cosas.
Seguro que lo que voy a escribir no es nada muy novedoso, pero nunca está de más acordarse de lo cercano.

La primera, esperada y denunciada en numerosas ocasiones, es el deterioro de grandes zonas de la ciudad, como puede verse especialmente en el llamado Bairro Alto aunque también en Alfama y no digamos ya en las zonas portuarias entre el centro y Belem.



Alfama. Foto de abajo antigua casa okupada

Da la sensación de que una parte de la Lisboa histórica sufre el síndrome de muchos otros cascos históricos: lugares no especialmente cómodos para vivir con nuestros actuales estándares de bienestar. Cuestas interminables, calles donde a duras penas se adentra un coche, escasez de servicios y edificios en deterioro progresivo. Esto hace que tras las deterioradas fachadas de muchas casas no viva nadie o lo hagan en condiciones cercanas a la infravivienda, como denuncian los movimientos sociales locales.

Por ello uno se encuentra con zonas en las que proliferan los garitos para turistas y poco más, a menudo con precios prohibitivos en un país donde miles de personas ganan menos de 500 euros/mes por jornada completa. Lugares turísticos donde escuchar fados de un nivel musical lamentable siempre y cuando pagues un menú por cenar que suele brincar los 25 euros. O los típicos garitos de bebercio a buen precio, o no tanto donde se toman bebidas tan típicamente portuguesas como vodka y cubatas, aunque no faltan las capirinhas de saldo o el oporto.


Pero, aún así, la falta de un desarrollismo feroz y de mal gusto como el que acompañó a España durante el Franquismo ha hecho que se haya mantenido mucha edificación tradicional de indudable gusto estético, al mismo tiempo, que un pequeño comercio y una hostelería pequeña, de barrio, en la que se puede tomar un pastel de nata y un café por menos de dos euros o comer bien por poco dinero.
No faltan las eternas franquicias de Zara o los Mc Donald's, pero resulta hasta chocante encontrarse en plena turística con una mercería o un cerrajero. Con ropa tendida (en Barcelona está hasta prohibido tender hacia la calle) o gente tomando una cervecita tranquilamente.





Y si hay algo que acompaña de forma inseparable a Lisboa es la música. La música es inherente a la ciudad, ya sea en forma de jazz, como en la estimulante novela de Muñoz Molina (El invierno en Lisboa, 1982) pero también en la esquina donde una señora invidente toca un triángulo y se acompaña de su voz. O en los espontáneos que, con mejor o peor voz, se acompañan de cualquier elemento de percusión y desgranan ese sonido de lamento que parece inseparable de la música tradicional portuguesa. El fado es la eterna excusa, pero es una etiqueta que se queda pequeña a una ciudad donde la música parece agradecer lo pausado y huir de la estridencia.
De hecho me sorprendió en Lisboa no recordar un solo momento de música que hiera los oídos como lo hace en nuestras inefables zonas turísticas.





Pero el encanto de Lisboa quizá esté en lugares que no necesariamente son los más visitados.
Ustedes perdonarán, pero el excesivo estilo manuelino que caracteriza la arquitectura de la ciudad me abruma y me sirve para un ratito. Tanta voluta, rama de acanto, angelote y arquivolta fatigan al más pintado.
Así pues, huir hasta en el mismo Belem con su Monasterio de los Jerónimos, te puede llevar a un museo de arte contemporáneo realmente excepcional como es el Museu Colecçao Berardo.



José Berardo es un magnate portugués dedicado a toda suerte de negocios y con una evidente pasión por el arte contemporáneo que le ha hecho tener aunque sea una pieza de cada autor que ha significado algo a lo largo del siglo XX.
En el Berardo podemos encontrar todo lo que fue vanguardia en su momento y lo que lo es ahora. Desde autores archiconocidos como Dalí, Duchamp, Picasso o Andy Warhol a otros mucho menos populares.
Entre los más recientes toda suerte de obra que abarca lo conceptual o el feísmo que incluye a autores tan conocidos y mediáticos como Ai Weiwei o Bill Viola.
Algunos personalmente no me interesaron un pimiento, pero para los profanos en arte contemporáneo el museo es una verdadera enciclopedia que reúne 70 tendencias y subtendencias convenientemente explicadas en varios idiomas.
¡Y todo gratis! Incluyendo dos folletos con explicación básica de cada estilo.




Si a uno le sabe a poco la experiencia contemporánea otra alternativa gratuita y curiosa es el MUDE (Museo del Diseño y de la Moda). Una propuesta muy atrevida de paredes desnudas de cemento y todas las instalaciones (eléctrica, canalizaciones, aire acondicionado) a la vista.

Es este un espacio que no para. Situado en Chiado, aun paso de todas las atracciones más céntricas, mantiene hasta tres exposiciones al mismo tiempo aparte de su colección permanente.
Aunque el diseño no te interese especialmente, bien merece la pena una visita. Sobre todo cuando el tiempo no acompaña y sopla ese vientecillo desapacible y húmedo del Atlántico.

Interior del MUDE 

No menos destacable es el arte urbano. El grafitti es muy popular, pero también se pueden encontrar murales de un nivel realmente bueno y alguna intervención artística en muchos rincones en los que detenerse.



Pero, si hablamos de diseño, las tiendas de ahora y de siempre que antes he citado han dado un giro que hace que el shopping, una costumbre que aborrezco normalmente, tenga un cierto sabor especial, que si es acompañado de un cafécito, un oporto o, aún mejor, un vasito de ginjinha, bien merece la pena.




 Algunos comercios de Lisboa

Poco más que decir. Animar y recordar que el invierno en Lisboa puede ser más cálido de lo que parece y no necesariamente tiene que ver con la temperatura. La época ideal para tomar uno de esos vuelos low cost y vivir el encanto relajado del melancólico extremo oeste de Europa, si la crisis nos deja.

viernes, 23 de enero de 2015

El único turista de Nusaybin


Nusaybin está en Kurdistán.
Habrá quien diga que está en Turquía y, el punto de vista legal, no mentiría. Pero, con un 90% de población kurda, con el kurmanji como primera lengua de uso, aunque proscrita para la enseñanza, y una población turca compuesta por militares y funcionarios que se toman Kurdistán como un castigo hay que entender que la realidad es otra.
Todo territorio de frontera es complicado. Más aún cuando se está a un paso de una guerra y este es el caso, aunque de la guerra hablaré luego. Ya hablan de ella los medios, aunque ahora un poco menos. Los conflictos pasan de moda. Vienen otros a sustituirlos en el imaginario mediático y el de Siria no es una excepción.
Llegar a Nusaybin, nacida hace 2300 años como Antioquía de Migdonia, es fácil. Un minibús te comunica directamente desde la espectacular ciudad de Mardin, que se abre sobre la llanura de Mesopotamia. Tomando un té en la estación veo el valle del río Tigris, expoliado por los pantanos del estado turco para una atroz política de agricultura intensiva (Piénsalo cuando te fumes un Camel). A lo lejos, Siria. A dos horas en bus, la frontera iraquí, si estás lo bastante chalado como para intentarlo.


 Mis dos grandes guías kurdos en Nusaybin



He quedado con Guner, un amable profesor de inglés que me acoge en su casa, dentro de la red de couchsurfing. Cuando me habla de la cercanía del conflicto no me imagino que lo sea tanto. Me alojo en un cuarto desde el que se aprecia perfectamente las alambradas que nos separan de Siria.








Frontera Nusaybin-Qamishli (Siria y Turquía)


Desde mi cama puedo escuchar como hablan a gritos familiares de un lado y otro de la frontera. En la vía un tren detenido. Nunca pudo llevar sus mercancías hasta la cercana estación de Alepo, vía Qamishli, hoy sombra arrasada de la magnífica ciudad que fue. 


Tren detenido en la frontera siria 


Hay rebaños en la tierra de nadie. Dado que las personas no pueden circular, bien pueden aprovechar el terreno las ovejas.
A plena luz del día, gente que salta la valla y son detenidos por los militares turcos. Los militares sirios hace tiempo que pasan de todo, sin saber muy bien en qué bando juegan y en qué momento lo hacen. La situación, con el paso de los meses y los años, no ha hecho sino agravarse. A fecha de hoy en los alrededores Nusaybin viven miles de refugiados revueltos con los habitantes tradicionales de la ciudad. La mayor parte de los comercios han cerrado y los refugiados se apiñan en las más diversas localizaciones.



 Detención de un refugiado sirio por militares turcos


Si eres un cristiano sirio un buen sitio puede ser la antigua universidad de Nísibis (nombre latín de la ciudad) donde se encuentra el sepulcro de san Jacobo de Nísibe. Una de las primeras universidades cristianas del mundo hoy alberga a varias familias que viven dentro del recinto. Este grupo cristiano, llamado de rito siríaco antioqueno, conserva aún ceremonias en arameo, un valor en sí mismo que corre el riesgo de desaparecer.




  

Imágenes Iglesia de san Efrén y sepulcro de san Jacobo de Nísibe


Las ruinas se mezclan con un cementerio musulmán y la iglesia está a escasos 50ms de la principal mezquita. A mí me sorprende, pero para mi improvisado guía es algo normal. La iglesia alberga varias criptas y mantiene velas encendidas de forma constante. Donde hay problemas también hay devoción, no falla.
También hay multitud de refugiados yazidíes en una localidad tolerante con todos los ritos religiosos, en contraste a la dura realidad que se desarrolla en los territorios controlados por el califato islámico, a unos pocos kms. La milenaria religión kurda tenía sus lugares más sagrados en lo que ahora es zona de guerra. Su simple práctica equivale a una sentencia de muerte.



 Pavo real, símbolo del culto yazidíe. El otro pavo es de Zaragoza


Darse un paseo por las excavaciones o simplemente mirar el paisaje es ver un pedacito de historia de una ciudad fronteriza por la que pasaron persas, romanos, asirios, las hordas de Mahoma, los cruzados o donde tuvo su cuna la herejía de los nestorianos.
En el centro de la ciudad una librería de indudable matiz reivindicativo recoge libros en las dos variedades lingüísticas kurdas. También hay un centro cultural kurdo, que hace las veces de templo yazidí, y varias teterías y restaurantes con frescos patios emparrados. Guner me asegura que el centro de la ciudad era especialmente animado, ahora parece adormecido.
A lo largo de la alambrada los niños recogen chatarra y todo aquello que pueda ser de utilidad. Los puestecillos pululan en un improvisado y caótico bazar. Los militares turcos, acantonados en la conflictiva Diyarbakir, caminan en grupos y miran con desconfianza. Cuando me reconocen como turista algunos saludan con el típico hello levantando la mano derecha. Con la izquierda sujetan el arma. Son unos críos. 


Recolectores de chatarra


¿Y qué piensan, sienten y sobre todo padecen los habitantes de Nusaybin? La sensación del pueblo kurdo es que llevan mucho tiempo sin tener ningún control de sus propios destinos. Daños colaterales (que término tan repulsivo) de guerras ajenas como la guerra de Irak o la de Siria.
Todo ello añadido al destino de un pueblo que ha tenido prohibida su propia lengua, su cultura y hasta sus nombres tradicionales, además de arrastrar un conflicto armado de décadas que ha traído miles de muertos. Ahora nuevas posibilidades se abren. Un discurso más progresista e integrador, sorprendentemente avanzado y que cuenta con la población femenina como sujeto activo.
Hablo de ello con Guner, decidido defensor de la educación pública y laica y también hablamos de la situación en el cercano de Irak. Hablamos por ejemplo de la permeable y surrealista frontera de Silopi-Zahko a la que puedes llegar con un simple taxi y cruzar pagando un visado absolutamente irregular al territorio ¿Kurdo? ¿Iraquí? Nadie sabe asignar muy bien una etiqueta. Ahora es territorio vetado, a no ser que quieras jugarte una decapitación mediática por parte del ISIS, que controla buena parte del Norte iraquí.




¡Toma ya! ¡Real Mardin, oeee, oeee!




Esta es zona de contrabando, de paso de mercancías irregulares y también de personas, algunas de ellas para unirse a una yihad enloquecida y fragmentada. Mi anfitrión y su amigo Musti me intentar explicar todos los bandos en que se dividen los diferentes conflictos en la zona y termino con dolor de cabeza.
Termino mis días dando una clase de inglés y contando algo de mi realidad local a un grupito de chavales y chavalas. Todos adoran el fútbol. Muchos son hinchas del equipo local, Real Mardin, aún me río cuando me acuerdo. Otra chica se confiesa fan de Green Day, a otro le encanta Eminem. Me despido con tristeza, otro minibús traqueteante me lleva a Dogubayazit, vía Silopi, en las faldas del Monte Ararat y frontera con Irán.Cuando dejé Nusaybin me sentía un poco extraño. Consciente de ser uno de los pocos turistas que se acercan por allí, aunque fuera un poco por casualidades, que son esas cosas que hacen mejor un viaje.




English teacher for one day


Tras la vuelta, tímidos contactos. Las cosas no van mejor. Guner busca voluntarios para hacer de lectores de inglés en la zona. Parece que sigue bien. Tendré que traducirle esto.


miércoles, 17 de diciembre de 2014

Wellcome to Vigo.Bienvenidos cruceristas





     El altar donde se ofrenda el ocio de muchas personas los fines de semana sobre todo, pero también en la compra de diario y hasta el referente cultural de nuestros hijos es el centro comercial. Reino del prefabricado, del consumo rápido y el cartón-piedra es una alternativa…
…si no se te ocurre nada mejor que hacer.
      Si lo visitas las franquicias te lo agradecerán. De hecho el modelo de centro comercial, de consumo dirigido y compulsivo se ha ido extendiendo a muchos otros apartados de nuestra vida. Uno de ellos, sin duda, las vacaciones.
     El común de los mortales, asalariado o autónomo, dispone de un tiempo limitado de asueto, demasiado limitado me atrevería a decir, así que, qué mejor que optar por el mismo concepto de centro comercial para las mismas. Condensar la experiencia desestresante o culturizante en una cómoda dosis. Y, ya puestos a repetir modelos, por qué no, un inmenso centro comercial flotante.
     El pasado 27 de septiembre, de ruta cicloturista, tuve la ocasión de ver atracar a dos verdaderos mastodontes de los mares en Vigo: El Oasis of Seas, el barco de pasajeros más grande del mundo, con sus 9000 personas entre pasaje y tripulación. El mismo día coincidió con el Celebrity Infinity, que transporta 3000 personas.
     La llegada fue precedida de una preparación previa en que se volcaron toda suerte de autoridades y fue muy significativa la forma en que se vendió Galicia a los pasajeros, que disponían de un día para empaparse de una realidad galega construida a medida.
    También antes llegó la consabida promoción a los cruceristas, recibida con una mezcla de sorna e indignación por los vigueses. Se ofrecieron las playas de las Islas Cíes, pero en foto, claro, puesto que en realidad se llevó a los turistas a la playa urbana de Samil. Como imagen de Vigo se colgaba una foto del Pórtico de la Gloria, aunque no aclaraba que éste en realidad está en Santiago y se empezó el despliegue de toda suerte de souvenirs en las tiendas del puerto, algunos de ellos tan auténticamente vigueses como sombreros charros o trajes de faralaes. Al menos se recomendaba probar el pulpo, algo realmente local.
     Y llegó la horda. Una turba de 13.000 personas a consumir turismo a velocidad de vértigo.

     Hubo quien tomó un bus para ir a Santiago y ver la ciudad en tres horas. Quien fue a la playa de Samil, ya que las paradisíacas Cíes tienen un cupo máximo de visitantes. No faltó quien simplemente se dio una vuelta por el horrendo puerto, rodeado de astilleros quebrados, y no creo que inspirados por los escenarios de los lunes al sol. O quien se tomó algo o comió a precios especiales para los visitantes, más caros quiero decir. También quien contempló la exhibición de oficios tradicionales tales como percebeiros (quizá recogieron el preciado crustáceo en una reproducción de cemento) y degustaciones diversas.
     En resumen, unas 12 horas en total para conocer Galicia, o eso decía la publicidad, tras haber invertido otras 12 horas, aproximadamente, en conocer Oporto y tiempo parecido en Lisboa. Impresionante marca que demuestra hasta qué punto nos volvemos lelos en manada, o el ínfimo interés en conocer realmente nada, sino en pasar el tiempo como tiene que ser: consumiendo y convirtiendo el ocio en una sofisticada y cara forma de estrés.
     Porque lo que supone transitar en cruceros como estos es disponer de piscina, restaurantes, casinos, salas de juego, gimnasios, pista de tenis… Toda una oda al consumo rápido y al gasto apresurado, porque la monotonía amenaza al final del viaje. No importa que el crucero sea la entrada de la experiencia matrimonial o los ahorros que se van dilapidando en la tercera edad.

     Todo ello, por supuesto, sin que quede poso de la realidad de los lugares que se visitan, mucho menos de sus problemas sociales, políticos o ambientales. Problemas que, en algunas ocasiones, vienen provocados por la misma masificación turística.
    De hecho el turismo se ha globalizado, como todo, y se pide en realidad lo que uno espera encontrar, no lo que es realmente el lugar de origen. Al fin y al cabo se espera hacer las cosas bien y rápido, un goce por el que se paga y se espera máxima satisfacción.
    Esta estrambótica universalización produce toda suerte de esperpentos que van desde tabernas irlandesas en Tailandia, restaurantes de Sushi en Cancún o garitos caribeños en Riga. Todo a gusto del consumidor.
     En el caso de los cruceros la situación es especialmente llamativa, más aún cuando se trata de monstruos flotantes que a veces recalan en puertos, especialmente islas, en las que la población turista llega a ser casi tanta como la local, cual horda vikinga en busca de la foto rápida o el chapuzón. A veces no hay ni población propiamente dicha porque se acude a un resort construido ex profeso, cuyo tamaño dependerá del poder adquisitivo: a más dinero menor resort y más “encanto”.
     No son tiempos de pontificar sobre nada, solo contar lo que vi y lo que me dio qué pensar. Cada quien que invierta su tiempo como mejor considere, pero luego que no se sienta engañado. Al fin y al cabo este tipo de vacaciones no son sino una versión de la sociedad de consumo comprimida, flotante y con unas pocas más serpentinas. En cubierta te esperarán con tu copa de champán y unos pocos globos. Seguro que no faltarán nativos que te aplaudan. Bienvenido, wellcome, aloha forastero.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Postales de Tierra Santa

Gracias a la gente de el Pollo Urbano, veterana publicación zaragozana, que nos sacaron este simpático artículo el pasado octubre.
No cuento en este blog, caótico y atemporal, más que breves flashes de algún que otro viaje, pero este artículo, en su momento, estuvo de plenísima actualidad.





147TierraSantaP
Por J. M. Marshall
Fotografías de Paloma Marina

     Ir de turismo a eso que llaman Tierra Santa no deja indiferente a nadie. Sea por lo que sea, desde verte abducido por un arrebato de fe judía, cristiana o musulmana (táchese lo que proceda) a ejercer de turista solidario y entregar un poco de tu tiempo a quienes peor están, que son legión, es imposible que esa tierra no te deje poso.
     Pero como uno viene a estos sitos a hacer de turista, que esencialmente es un mirón con ínfulas, lo mejor es quedarse con unos cuantos flashes, unas postales que compongan un poco el cuadro.
     Primera postal, cortesía armada. Quien espere encontrar amabilidad entre los israelíes probablemente tendrá que buscarla a fondo y sacarse la espinita que produce estar permanentemente rodeado de personas que portan un subfusil automático, ya sea M16 o Galil. Aquí, de niño, aprendes nombres de juguetes, muñecas o marcas de coches, y en Israel puedes aprender de armas, todo esto después de ir en tu tierna infancia a Masada a jurar morir por tu país. Las armas están tan presentes en la geografía cotidiana como el color oliva de los uniformes de los miles y miles de soldados que acompañarán tu viaje.
    Mirada religiosa. Tiempo de oración. Ya sea de rodillas, balanceándose frente a un muro o cargando un crucifijo es imposible pensar Tierra Santa sin su aroma santurrón y con un punto fanático. En la santa Jerusalén las callejas serpenteantes son recorridas por beatas con rosario, barbudos de diversos pelajes y todo lo último en moda medieval de vestimenta, con un toque retro de la Europa del Este que aportan los judíos jasídicos. En esto sí que hay una gran diferencia con los sitios turísticos habituales. No van disfrazados, se lo creen.
   Parada turística, otra postal. Imprescindible si entras o sales de Palestina, si cruzas el desierto, si entras a una estación o, incluso, una oficina de correos. Una parada turística inevitable es el checkpoint. Los hay más rutinarios con su scanner y detector de metales, más cool, con sus garitas refrigeradas y sistemas informáticos. Pero también abunda el estilo desenfadado de la barrera de hormigón que bloquea el paso, e incluso el toque más bélico del parapeto con su lona de camuflaje. Sobre cortesía en los checkpoint, diríjase a la primera postal.
     Bantustanes de nuestro tiempo. Técnicamente, un bantustan se denominaba en África a la porción de tierra cercada donde vivían habitantes no blancos. Vallados o no, seguro que no tenían la espectacularidad del Muro de Cisjordania. Una vista de más de 700kms de torretas de vigilancia, alambre de espino, cemento y acero que es un verdadero reclamo turístico bastante fotografiado. El mediático Banksy estuvo aquí y seguro que también se estremeció.  El muro es la oportunidad de oro de encontrar street art de diversas partes del mundo y humildes relatos de una realidad muy dura.
    Y esta postal, ¿cuánto me cuesta? Inflación galopante y precios desbocados. Pero si yo pensaba que aquí el nivel de vida era más bajo… Seguro que sí, pero eso no es óbice para que el coste de los productos más básicos sea desorbitado. No se olvide usted, sr. turista, que aquí lo importamos todo y que gastamos mucho dinero en un estado de guerra permanente. Hay quien dice que hasta una quinta parte de todo el Producto Interior Bruto israelí va destinado a la militarización del país. Respecto a los palestinos, lo que no es proporcionado por la ONU depende de Israel, por lo que una persona que gana de media unos 300-400 euros al mes paga casi un euro por un simple yogur, por poner un ejemplo.
    ¿Quiénes son estas personas? Estás en Belén pero no es Belén, o en Jericó pero no es Jericó. Son más de dos millones y son los habitantes de ninguna parte, los no censados más que por la ONU, los que construyen barrios, porque en algún sitio han de vivir, pero resulta que se llaman campos. Algunos ya van por la cuarta generación y los llaman refugiados. En principio, ahí seguirán. Algunos se consideran afortunados, mira qué cosas, porque, dentro de lo malo, están en Palestina y no en el inestable Líbano o, peor aún, en Siria. Aqabat Jaber, Aida, Balata o Tulkarm son las tierras de nadie. Como siempre se puede estar peor, puedes tener muy mala suerte y recalar en Gaza, a tiro de bomba inteligente o en el lugar equivocado. Por ejemplo, sobre un túnel de Hamas…
      La postal amable, la sonrisa de un niño. Si de algo andan sobrados en Tierra Santa es de críos y crías. Con unas medias de natalidad inconcebibles para el estándar ibérico, son el desdichado daño colateral, ese cruel eufemismo. Una infancia que vive condicionada por el conflicto, por la imposición religiosa de la casa en la que naces y que te acompañará de forma permanente, a no ser que abandones tan santo territorio por otros más paganos.
     Mejor quedarse con esta última postal de esperanza, ya que parece que una vez más ha sido imposible que este breve artículo salga imparcial. Nadie lo es y son muchos, demasiados, los actores en esta película, mezcla de cine bélico y thriller político. Es bueno ver en persona las cosas, mejor reflexionar sobre ellas y pensar que, a menudo, nos venden demasiadas postales, demasiados clichés como reales, cuando en realidad puede que estemos mirando un enfoque fuera de cuadro.
 

lunes, 6 de octubre de 2014

Bucarest dorada y gris

El tópico suele decir de un sitio que no deja indiferente. Bucarest bien podría encajar en esa definición y puede servir de excelente botón de muestra para palpar la realidad rumana en un par de días.
Lo cierto es que la ciudad tampoco merece una visita demasiado larga, pero sorprende por la mezcolanza de estilos del casco histórico de la misma, desde Modernismo, Neoclasicismo o Art-Decó al horrendo mamotreto del Parlamento de Ceacescu.
Bucarest cumple también con todos los peores tópicos de ciudad del Este. Fea, gris, sucia y descuidada. Entre estupendos edificios con decoración estilo imperio, de los tiempos austrohúngaros, languidecen otras joyitas históricas en plena ruina.
La ciudad combina, en un mismo espacio, la infravivienda con las villas de lujo. Los edificios ocupados por población gitana en evidente exclusión social, con las embajadas.
Cables colgando por todas partes, algunos directamente rotos por los que confías que no pase electricidad. Perros callejeros, pero no abandonados, pues es frecuente encontrar personas que cuidan y alimentan a la ingente población canina. Ha habido tímidos intentos de control y esterilación, con escaso o nulo éxito.
Dentro del tráfico caótico, junto a los populares Dacia y Daewoo en diferentes estados de conservación, sorprende a cualquier visitante es la cantidad de coches de alta gama que recorren las anchas avenidas de la dictadura comunista, que fueron construidas a costa de demoler media ciudad, en el delirio urbanístico de Ceacescu. Choca comprobar que, por muy ancha que parezca la avenida, siempre consigue llenarse.

La inmensa mole del Parlamento

Pero, al mismo tiempo, Bucarest es una ciudad viva e inquieta, que atesora una vida cultural reflejada en un buen puñado de teatros, todos con temporada estable, clubes con música en vivo, moda... Y no sólo eso, sino un repertorio de bares de diseño, con música temática, con jazz, blues, con tecno o rock a la última a precios sin competencia si tomamos el estandar español de este tipo de lugares.
Un paseo por los alrededores de Calea Victoriei y el Casco Histórico (Centrul Vechi) ya nos puede orientar de lo que se cuece en la ciudad. Nada que ver, por supuesto, con los barrios que se alejan más del centro, donde se alinean cientos de bloques de diseño casi idéntico y calles no muy bien asfaltadas, aunque con intentos de mejora.
Por otro lado merece la pena una visita a la Bucarest judía, si consigues encontrar abierto el Museo, tarea difícil, y, si hay suerte, dedicar un tiempo a alguno de los festivales que se celebran en la ciudad.
También llama la atención, tras la temporada en que el ateísmo era oficial por decreto, el renovado fervor religioso de buena parte de la población urbana, que se manifiesta en misas llenas y gente que se santigua al paso por cualquier iglesia. En persona asistimos a las filas y aglomeraciones por venerar la reliquia de san Esteban en pleno centro de la ciudad.
Y los bares... Bueno, qué decir de precios de un euro por medio litro de estupenda cerveza.
La hostelería, algún museo interesante y la vida cultural son la parte dorada de Bucarest.



 Uno de los elegantes cafés del centro de Bucarest



B-FIT in the Street. Una agradable sorpresa

La segunda semana de septiembre nos pilló en Bucarest con uno de los más estimulantes festivales de teatro en la calle que me haya encontrado: B-Fit Festival.
Tuvimos la suerte de poder asistir a la actuación de la Fura dels Baus con el Parlamento de Ceacescu de fondo, pero también participaron grupos de la propia Rumanía, Francia, Holanda...
En el festival había desde performers que actuaban en solitario a grupos de batucada o teatro de vanguardia. Todo gratis y todo en la calle.
Una lástima la asistencia, que no fue muy masiva aunque el espectáculo lo merecía. La Fura, especialmente, ofreció un show muy intenso, aunque a ratos un tanto desigual, con grandes estructuras de metal y un juego de luces y proyecciones realmente espectacular.
Este festival se sigue realizando todos los años y, si estás en Bucarest, no deberías perdértelo.

Un momento del espectáculo de la Fura dels Baus


Una conversación y cuatro Ursus

Ursus es una de las estupendas cervezas rumanas.
Mihai es un joven trabajador que habla un perfecto castellano y que nos sirvió de introducción a la actualidad rumana y a la vida cultural de Bucarest.
Nos ilustró especialmente sobre la realidad más cotidiana de la ciudad. Nos sorprendieron especialmente los precios de muchas necesidades básicas en Rumanía, como por ejemplo la vivienda.
También una percepción que nos repitieron otras personas a lo largo del viaje, la idea de que se ha "vendido" el país con las sucesivas oleadas de privatizaciones que han derivado en una terrible inflación.
Por otro lado nos vino muy bien para desmontar la imagen absolutamente desproporcionada de inseguridad que se da sobre la capital rumana. Es cierto que no hay muy buena iluminación en algunas calles, pero los niveles de delincuencia son bajos. Pobreza no es delincuencia. Por desgracia en Bucarest hay mucha gente sin recursos, pero eso no les convierte en delincuentes, aunque picaresca siempre hay, sino no hay más que intentar coger un taxiLengua fuera.
El salario medio de una persona en Rumanía son unos 300 euros mensuales, en labores agrícolas aún menos y un camarero puede ganar unos 200.
Sin embargo un alquiler en un barrio alejado del centro en Bucarest rara vez era inferior a los 150 euros por un apartamento de una habitación. Se podían encontrar habitaciones para compartir por unos 100 euros, esta era la cara más gris de Bucarest.

Orientándonos con nuestro amable guía local


Una bicicleta Pegas, ciclismo retro rumano

 
Lugares en Bucarest...
Para tomar algo: Atelier Mecanic (Str Covaci). No asustarse por el aspecto de este bar de diseño, los precios son económicos. La propuesta estética está cuidadísima, una fábrica de los años 50 en el que se han aprovechado las antiguas estructuras, con mobiliario casualmente descuidado, proveniente de escuelas y talleres.
Hanul Lui Manuc es una antigua posada armenia, restaurada cuidadosamente y llena de rincones. Muy cara para dormir, pero ideal para tomarse un cafécito o una cerveza lejos del tráfico.
Para dormir: Butterfly Vila Hostel Stirbei Voda no 96. 021 314 7595 La relación calidad/precio de este lugar mochilero es inmejorable. Para descrédito de la hostelería rumana hay que reconocer que encontramos bastantes sitios catalogados como hotel estaban peor cuidados que este sitio.
Bicis: En varios puntos en la zona centro de Bucarest ha surgido una iniciativa de préstamo de bicicletas por un precio casi simbólico. Puedes encontrarlas en el parque anexo al Parlamento, hacia el Norte. Son unos 5 euros por día completo y hay carriles bici, aunque nada respetados.
Bicicletas Pegas. Las antiguas bicis de tiempos de Ceacescu se han vuelto a poner de moda. Por unos 200 euros te puedes pegar el capricho ciclista vintage. Luego hay que traerlas, claro.
Consejo de transporte: Para llegar desde/a los aeropuertos de Bucarest hay dos líneas de bus realmente económicas la 783 y la 780. Pese a lo que te digan los taxistas, la 783 funciona 24hs al día y te deja en el centro por menos de un euro.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Chiang Mai en dos conversaciones

Si uno quiere huir de la ríada turística que toma Chiang Mai como una especie de parque multiaventura que incluye rafting, canopy, ciclismo btt y elefanting, aunque parezca mentira hay varias posibilidades dentro de la misma ciudad para conocer algo más de la realidad tailandesa e incluso echar un cable a alguna buena causa.

Para empezar hay que dejar clara una cosa: Sólo hay un centro de recuperacion de elefantes en la zona de Chiang Mai, aunque hay varios en ciudades cercanas como Lampang. Muchos de los presuntos centros de recuperación no son sino shows turísticos y conviene preguntar en qué consiste exactamente la labor de recuperación del centro donde nos llevan, porque podríamos estar generando el efecto contrario: la explotación de los elefantes.

Mi jornada en la turística Chiang Mai empezó por todo un clásico: un cafécito en una cafetería hokkien, al estilo puramente italiano, pero con café de las cercanías, de excelente calidad y cultivo orgánico. Hay muchas en Chiang Mai, pero probablemente las más interesantes son los pequeños chiringuitos situados en una esquina, que distribuyen cafés, como el de la marca Nacha, que benefician directamente a comunidades locales.




Más tarde, hice caso a una recomendación de la sacrosanta Lonely Planet y acudi a charlar con un monje novicio al Wat Chedi Lung.
¿En qué piensa la juventud tailandesa? Pues en política y antes de lo que pensaba, pues hasta el momento había sido un tema del que no había tenido ninguna información. Miedo a una nueva junta militar, a un posible retroceso en jóvenes por un lado apegados a su tradición budista, pero que también andan ávidos de blackberries, Facebook y una cierta libertad sexual.
Hablo primero con un chico de instituto con una perfecta dicción inglesa, un tanto británica, que deja a la altura del barro mi inglés de fuerte acento castellano y volumen excesivo para un oriental. Me queda claro que mi volumen de conversación es comparable al de un vendedor callejero. Todo esto entre sonrisas, pues la cortesía, el "no perder cara" es fundamental.

Para Sengsopam su forma de ver la vida es un tanto diferente. Con 8 años ya de formación para monje, pues lo habitual es empezar el noviciado en cuanto se termina la primaria, la vida se presupone tranquila y meditativa, pero eso no quita para que sea un gran seguidor del hip hop y ávido lector de prensa en inglés.
Hablamos de Eminem, de la cantidad de preconceptos que se tienen sobre el budismo y ellos tienen sobre lo que llaman "cristianos", así, en general.

 

Planteo abiertamente si los monjes intervienen en política, algo tan común entre la jerarquía católica, pero él lo ve más bien como cosa de otro tiempo, algo que ya no es habitual y es más típico de otros países. Supongo que se refiere a la cercana Myanmar o puede que a Tibet, aunque en Tailandia pertenecen a otra corriente del budismo.
Nadie, o al menos no lo encontré en todo el viaje, cuestiona lo más mínimo a su longevo monarca o la figura en sí de la monarquía y las alusiones a la política son más bien tímidas.
De hecho, por lo conversado, cuando un niño empieza a convertirse en monje se despega bastante de la familia. Sensopam es del mismo Chiang Mai, pero eso es poco común. La mayor parte de los monjes provienen de zonas rurales y culturalmente tienen poco que ver con la agitada vida urbana tailandesa, que tiene mucho más en común con cualquier ciudad occidental, tal y como la concebimos en Europa, que con las tradicionales formas de vida, que en Tailandia se asocian más a una cierta forma de atraso cultural. Chocante, pero es así.
Al fin y al cabo el hecho religioso en este país no es muy distinto de lo que puede ser en España. La gente acude a rezar, pero no en multitudes, y es muy raro quien acude al templo con frecuencia. Es más una costumbre social que un fervor y un hecho social comparable al que puede existir en el mundo musulmán, por ejemplo.
El budismo está presente en la sociedad y era buena parte de su realidad para mi conversador monje, pero uno termina por darse cuenta de que no deja de estar hablando con una persona joven, con las inquietudes propias de cualquier joven y con una mirada crítica que sorprende.
Lástima de ese toque efímero que traen todos estos viajes de observador tranquilo para poder saber más de esas realidades tangenciales al viaje como son las personas.
Una ciudad convertida en escenario turístico dice muy poco al visitante. Un par de simples conversaciones te cuentan más que el más espectacular de los museos.

 Inquietante reproducción en cera de un importante monje con restos de su cuerpo en frasquitos