lunes, 1 de junio de 2015

De rumanos y sajones (y IV) Sighisoara.

Todo viaje a Rumanía, más aún si es dentro del País Sajón, tiene que pasar de forma inevitable por la ciudad natal de Vlad Tepes, alias Drácula. Es esta una ciudad tranquila, pequeña, que se puede recorrer en un día, pero que bien merece por lo menos dos.







Por lo pronto porque allí encontraremos varias cosas únicas por su peculiaridad. Una de ellas la ciudadela medieval en sí, con su inevitable estatua de Drácula, una de las más feas que se pueden encontrar sin duda.
También tiene una espectacular torre del reloj, que data del siglo XIII y que tiene en su interior un carillón de figuras alegóricas que es único en su antigüedad y estado de conservación. Un subidita que cuesta lo suyo y que acompañé con los quejidos de mi pareja, que no supo apreciar adecuadamente el lindo arte de la talla en madera.



Desfile de figuritas del carillón


Hay que añadir a esta subida que, previamente, nos habíamos encaramado a la ciudadela por su empinada escalera de piedra de varios tramos.
Mejor llevarse abriguito para visitar los monumentos de la ciudad, casi todos de gruesos muros, porque la humedad sajona es antológica.
Ya puestos a subir escaleras es curiosa la que asciende hasta la llamada Iglesia de la Colina y dos apacibles cementerios contiguos. La escalera está allí desde hace siglos, aunque no es la original, claro. Una estructura cubierta que en otro tiempo hacía de mercado, de bastión defensivo y de refugio para los más pobres en los duros y largos inviernos de la zona. Ahora mismo puede uno comprar los más adecuados souvenirs para llevar en un compromiso. Feos a rabiar, pero bastante económicos.



Vista interior de la escalera cubierta


La iglesia en sí no es gran cosa, pero el cementerio alemán es un espacio que sirve para dar idea de hasta qué punto fue grande la comunidad sajona en la ciudad. De hecho, según parece, llegaron a ser la mayor parte de la población, aunque según el censo actual quedan unos 500.




En el cementerio alemán



Como en todos los viajes es muy recomendable deambular y para ello están las bien conservadas las torres de la muralla, aunque muchas de ellas han sido objeto de una intensa restauración. Asignadas cada una a uno de los gremios de la ciudad, que eran los responsables de la defensa de la misma en caso de ataque, cosa que debía ser de lo más frecuente en aquellos tiempos.




Así pues no hay que perderse la Torre de los Sastres, probablemente la mejor conservada, aunque también merecen la pena lo que queda de la de los orfebres o la de los carpinteros. Es una lástima, pero la mayor parte de las mismas no se pueden visitar y otras amenazan claramente ruina.



¡Al ataqueeee! Por si no lo he dicho, soy un poco payaso

Como alguna cosa negativa tenía que tener esta ciudad tan interesante, los precios en la zona de la ciudadela están ajustados a la economía alemana más que a la rumana y son bastante prohibitivos. Para evitar este inconveniente, puestos a comer, en una ciudad tan pequeña como esta no cuesta nada salir del recinto amurallado y bajar a la ciudad nueva donde proliferan restaurantes muy económicos. Al final optamos por un italiano y un vegetariano, visto que la dieta a base de mamaliga (polenta a la rumana), embutidos y sopa de col nos cansaba un poco.
Y para tomar algo el Café International ofrece artesanía solidaria, productos de comercio justo y una ubicación inmejorable en un edificio del siglo XVIII en plena Piata Cetatii. Parte de los beneficios van a ONG's y hay internet gratis.
También hay varios mercados donde es fácil hablar en castellano. No olvidemos que en el Estado Español hay una población rumana de unas 800.000 personas.



Cuando uno se canse de monumentos, en un paseo se puede acercar al Robledal de Breite, a la salida de la ciudad, al que se puede ir incluso andando.
Es una zona protegida en la que se hallan varios robles centenarios de impresionante porte y donde uno se va encontrando con campos de cultivo y ganado que empiezan en el mismo casco urbano. Ojo a los perros de los campesinos, que tienen muy mala leche.
Una lástima, aunque es algo que nos encontramos a menudo en Rumanía, comprobar que el espacio natural se hallaba bastante sucio en sus lindes y que se sacaba madera del mismo sin demasiadas contemplaciones. Eso sí, es un paseo que no muchas personas llevan a cabo. Cosas del apresuramiento en ver los hits turísticos.
Afueras de la ciudad

Porque si algo me impresionó fue la avidez por recorrer medio país sajón en un día. Como si de un rally se tratara los turistas veían Sighisoara por la mañana (bueno, un trocito) y luego, tras un rápido almuerzo salían disparados a ver Biertan para luego dormir en Sibiu. Cinco días de recorrido en nuestro caso, que incluyeron unas cuantas cosas más, resumidos en unas 8 horas. Impresionante. La prisa mata, dicen los magrebíes.


Zíngara szekely

Una recomendación para alojarse, sin duda es el camping-pensiune Aquaris, a un paseo de la estación y de la ciudadela. Económico y limpio. Por unos 22 euros por noche tienes un bungalow doble en un entorno especialmente tranquilo. No esperes grandes lujos ni un emplazamiento pero sí un servicio amable y un lugar bien comunicado. 



Tras una buena llovida remanso de paz en el camping Aquaris




Un inquietante reflejo en el carillón ¿Será una vampiresa? 

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