lunes, 22 de junio de 2015

Recuerdo de Hasankeyf

En estos días vuelve a ser noticia el desdichado destino de la milenaria ciudad de Hasankeyf, en el Kurdistán ocupado por Turquía, que, si nada lo remedia, terminará bajo las aguas del embalse de Ilisu con todo su inmenso patrimonio. Además la construcción de la presa podría implicar el desplazamiento de hasta 78.000 personas.



Si finalmente la presa se lleva a cabo, lo que podría suceder incluso a lo largo de este mismo año, se calcula que las más de 10.000 cuevas y los edificios históricos de épocas tan distantes como el neolítico quedaran cubiertos por el agua. 

En este mundo  sembradores de miseria son lo que nos sobra. Como el BBVA, a través de Garantibank, subsidiaria de este banco en Turquía, donde cuenta con un 40% de las acciones. Garantibank es uno de los promotores principales de la presa de Ilisu.
Para más información podéis consultar Hasankeyf'i Yasatma Girisimi (Mantener Vivo Hasankeyf) También hay varias plataformas que recogen firmas.

Llegué a Hasankeyf en octubre de 2012 en uno de esos transportes demenciales que sorprenden en un país en el que se mezcla lo más puntero en tecnología con lo más cutre. Un furgón destartalado me llevó de Midyat a Hasankeyf en un viaje que me preocupó por su velocidad, habida cuenta del medio utilizado.

El trayecto mereció la pena. Llegaba a la zona que llaman la pequeña Capadocia, aunque no es de tonos grises, como la región que se llama así propiamente, sino más bien el ocre y ámbar de la arenosa llanura de la histórica Mesopotamia.
La recepción, asimismo, fue estupenda, con un atardecer sobre el Tigris que flanquea la ciudad. Una cena y un té en la terraza del restaurante que cuelga a pico sobre el río, justo frente a una desgastada pancarta que denuncia la inminente inundación. Desgastada como los ánimos de una población que parece hasta cierto punto resignada a una lucha que ven imposible de ganar. 








Llegué allí siguiendo la idea de un incierto apoyo a una causa perdida, de mi pensamiento de que a veces no solo es importante tener en cuenta donde viajas sino también el cuándo. Ese cuándo que me llevó a Berlín siendo un chaval en 1989, meses antes de que cayera el muro. La duda de si se podrá volver a ver este lugar, salvo cuando vacían el pantano. Una imagen que en Aragón ya conocemos de sobra:





Embalse de Ribarroja, Aragón. Torre de la antigua iglesia de Fayón.

Lo cierto es que la pequeña ciudad tenía un cierto aire de desolación y abandono. La mayor parte de las casas de la localidad y sus cuevas tradicionales han quedado abandonadas. Solo pude alojarme en el llamado motel, regentado por una amable familia kurda, en la que había que esforzarse por no ser muy aprensivo y menos aún friolero en unas duchas sin agua caliente y con unas sábanas que difícilmente aguantarían más lavados.




En mis paseos encontré pocos pastores, actividad tradicional en la zona. Las canteras fueron abandonadas hace tiempo y hasta los cementerios parecían haber ido quedando reducidos a la mínima expresión. 

Las tradicionales casas-cueva, excavadas por centenares en los más curiosos emplazamientos, van cayendo en el abandono. Solo queda una mezquita en funcionamiento, con un imán al cargo que habla un correcto inglés y los restos de la que fue orgullosa fortaleza otomana amenazan con caer sobre cualquier visitante desprevenido, por lo que permanecían cerrados en aquel momento.
Lo más cerca que se podía estar era como para tomar las fotos que cuelgo al pie:







Un paseo más largo por los alrededores te llevaba a ruinas de la antigua Mesopotamia, aunque había que echarles mucha imaginación si no eres arqueólogo, o a tumbas de santones musulmanes, conocidos como morabitos, que hacían las veces de ermita y que están realizados en una hermosa arquitectura de estilo persa.
También había unos perros de lo más puñetero y de tamaño considerable, que se encuentran en todo Kurdistán en las zonas donde hay ganado.





Recorrer la ciudad y sus alrededores, justo antes de salir camino de Batman, me dejó un poso melancólico y hace nada me encontré, por un lado, con nuevas reivindicaciones en torno a la inminente construcción de la presa. Por otro con uno de esos libros imprescindibles. El genial Julio Llamazares ha publicado Distintas formas de mirar el agua, un libro sobre el desarraigo de las personas que fueron víctimas del desarrollismo franquista y la construcción de pantanos. Aquí parece ser historia del pasado, aunque no tanto, yo no me olvido de barbaridades como el pantano de Itoiz. En Hasankeyf el desplazamiento forzoso, la desaparición de un gran pedazo de historia es el más duro de los presentes.





   

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