jueves, 16 de mayo de 2019

Un recorrido natural y preocupado por el Jalón

Gracias a la gente de arainfo que me publicó este artículo

El río Jalón es el afluente más caudaloso de la margen derecha del Ebro.

Es un río que riega miles de hectáreas de cultivos, que alimenta industrias, que da de beber a poblaciones. Un río muy vivo y muy aprovechado. A veces más que aprovechado explotado hasta la última gota.
En sus orillas crecen proyectos absurdos como el embalse de Mularroya, uno de esos despropósitos en forma de obra hidráulica tan típicos de España, otros de industria ‘sucia’ como la cementera de Morata, pero también es fuente de vida para miles de familias de la agricultura aragonesa.
Y ahora llega a Épila el complejo industrial de Guissona, dispuesto a beber y verter al río.
Un río de ríos, con multitud de cursos que caen en él desde las sierras que atraviesa. Desde caudales constantes como el Jiloca a pequeños barrancos sin nombre.
Este artículo no es una visión fría. Es el resultado de un recorrido ciclista, tranquilo, que salió de la llamada Serranía Celtibérica en la provincia de Soria.
Le llaman la Laponia del Sur, víctima de la despoblación y el abandono institucional. La otra cara de la moneda son los últimos kilómetros del río, hasta casi la entrada de Zaragoza, territorio de fábricas y unifamiliares.
Tradicionalmente el Jalón ha sido aprovechado desde tiempos de los celtíberos. Los romanos construyeron su calzada XXV tomándolo como referencia y en la época moderna ha sido sendero natural entre Aragón y Castilla.
Hace siglos se extraía ya sal de cerca del nacimiento. Vino la minería, la agricultura y ganadería, primero de autosuficiencia, luego feudal, de señoríos y, con la mecanización, la agricultura extensiva y, casi al mismo tiempo, la despoblación.
Para verlo todo, o al menos una parte, una recomendación: coge el tren y remonta el río. Uno de esos trenes regionales como de otro tiempo que todavía cruzan el interior de la península.
Paso lento y un paisaje para tomar con tiempo y un libro. Los lugares en los que para el tren tienen suerte. Muchos otros pueblos languidecen a falta de transporte decente.
Porque el entorno del Jalón se revela como territorio de contrastes. Una flamante autovía junto al cauce comunica Zaragoza y Madrid. También una línea del AVE con sus viaductos, auténticos monstruos de hormigón.
Al lado mismo carreteras secundarias, la antigua N-II, convertida en una pista parcheada y unas vías de ferrocarril con un trazado del XIX.
El río se encañona en sus primeros kilómetros y muestra su patrimonio natural. Varios hitos que se encuentran junto a todo el recorrido hasta Ricla: Buitreras, relieve abrupto, antiguos azudes y molinos en ruinas.
El Jalón es tierra de frutales, pero con ellos vienen los agroquímicos. Aunque la claridad de sus aguas en algunos tramos puede llamar a engaño, los índices de contaminación son altos.
Tampoco es ajeno a la invasión de granjas. Pollos y cerdos se hacen evidentes hasta para la nariz menos sensible. Sus purines se han convertido en un problema y filtrado a los acuíferos. Algunos pueblos, como Cetina, tienen problemas con su agua de boca.
El cauce se esconde en los pliegues del terreno al acercarse a Alhama de Aragón, pueblo balneario con un toque decadente y nos deja en Calatayud tras pasar por la industriosa Ateca. Aquí es la industria la que empieza a beber del río y sus afluentes.

El Jalón a su paso por Alhama de Aragón.
Y desde Calatayud una de esas carreteras perdidas que son una joya para recorrer en bici, la Ronda Campieles, que nos lleva hasta Embid de la Ribera y Sabiñán por un paisaje deshabitado. Ha terminado el invierno, nadie se ha molestado en recoger los caquis que sirven de comida para pájaros. Almendreras y olivares abandonados rodean la carretera.
Avanzando junto al cauce te encuentras con los aportes de agua de varios ríos: Piedra, Manubles, Aranda, Grío… Y pasando Morata las obras del pantano de Mularroya.

Cementera de Morata de Jalón. 
A saber a quién se le ocurrió un despropósito como Mularroya, que puede secar al mismo tiempo el Jalón y el Grío, intentando represar un río con un caudal muy escaso y un estiaje muy fuerte.
Como solución se va a construir un túnel para trasvasar el agua desde el Jalón, obra muy costosa que detraerá caudales y a la que se oponen parte de los habitantes de la zona.
Ironías del regadío: Se acumula agua para regar más, lo que hace que la mayor producción tire los precios y, al final, parte de la producción se queda en el árbol.
Cuando el Jalón se acerca a la llanura es territorio de cultivo extensivo. Los migrantes de varias nacionalidades trabajan en las grandes explotaciones y mantienen las naves donde se congela la fruta para la exportación. Los polígonos frutícolas se suceden. Se escucha hablar en árabe o rumano más que en castellano. El envejecimiento cada vez más acusado de la población local obliga a que acudan nuevas manos a ayudar.
Por el camino se cruzan conejos, muchos, casi una plaga. Parece ser que su introducción artificial en cotos de caza ha hecho que se reproduzcan por miles a falta de depredadores.
También la población humana empieza a crecer ostensiblemente. Muchas naves y la industria necesita agua. Por suerte las carreteras secundarias y los caminos agrícolas evitan el tráfico enloquecido de la zona.
Cualquiera puede ver un segundo impacto ecológico como es la contaminación dispersa por sólidos. Desde envoltorios de todo tipo, cajas, envases, hasta vehículos abandonados.

Vehículo abandonado junto al cauce del Jalón.
Muy cerca del polígono industrial de Épila las ruinas de un antiguo molino recuerdan a otros usos. En los llanos más frutales y cereal, el paisaje combina la fábrica de Opel PSA con el Moncayo al fondo.
Es el bajo Jalón y aquí los polígonos han proliferado y piden más y más agua. Las exigencias de Guissona son claras: necesitan una concesión de agua de al menos 5,5Hm3 anuales. Como un pantano pequeño para ellos solitos. Y el gobierno aragonés ha dicho sí. Eso sin tener en cuenta el vertido que llevará aparejado.
El río se encuentra con el Canal Imperial y la que, para sus tiempos, fue un reto de la ingeniería: la muralla de Grisén, en realidad un acueducto,  construido en 1780 que salva el cauce por encima.
En el recorrido nos cruzamos con el Camino de Santiago del Ebro, con la ruta Cervantina y con cientos de personas que hacen BTT, corren, pasean. Deporte junto a la actividad febril de los cientos de camiones que circulan por Alagón.
La industria se sucede, el tráfico es intenso y Zaragoza ciudad casi llega hasta allí con sus urbanizaciones dormitorio.
La extracción de áridos ensancha el cauce. Graveras en desuso y el paraje de la Virgen del Castellar donde el río se funde en un caudaloso Ebro, junto a la barca de Torres de Berrellén, que ya solo funciona unos días al año.

Desembocadura del Jalón en el Ebro.
En Alhama de Aragón, cerca del Jalón, José Luis Sampedro pasó días tranquilos y nos dejó un libro delicioso: El río que nos lleva. Aunque la historia transcurre en el Tajo, el libro en sí es una metáfora de la vida misma, como lo es cualquier río, símbolo de la cotidianidad.
En este caso el Jalón no puede ser más ilustrativo de la realidad aragonesa: despoblación, agricultura intensiva, granjas factoría pero también pastoreo tradicional. Industria en torno a las cabeceras de comarca, contaminación de las aguas y a veces sobreexplotación.
Río vivido, explotado, pendiente de conocer y, ya de paso, de respetar.

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