jueves, 8 de agosto de 2019

Erevan y Tiflis, dos capitales del Cáucaso


Dos ciudades no son dos países, pero cuando agrupan a más de la mitad de la población de sus estados, bien pueden ser un espejo donde se refleje la realidad social de los mismos.
Es más, a lo mejor hasta en un breve paseo, una mirada atenta y unas pocas conversaciones (si consigues hacerte entender) te puedes dar idea de lo que está sucediendo en Armenia o Georgia.



Narikala, fortaleza de Tiflis

Un paseo, por ejemplo, por la avenida Rustaveli, donde se ubica el parlamento georgiano, en manifestación permanente contra un inestable gobierno que acaba de cambiar de presidente y con un líder de la oposición que ha eludido la cárcel gracias a una fianza millonaria.



Acampada de protesta frente al Parlamento de Georgia

Una mirada incluso breve revela una más que evidente animadversión hacia Rusia y la presencia de una de las vías de negocio del país: el juego.
Porque en Tiflis hay casinos. Muchos y muy variados. Desde el lujo desmedido hasta el cutrerío más infame mezclado con la prostitución.



Uno de los muchísimos casinos que hay en Georgia

O qué decir de una vueltecita por el ordenado centro de Ereván con su aire retro que trae un regusto soviético. No solo por los uniformes de la policía o por sus monumentos (en Georgia los han quitado casi todos) sino por cuestiones mayores como el urbanismo que reproduce fielmente el sistema de anillos y avenidas transversales de Moscú.
Por contra el casco histórico de Tiflis ha conservado el encanto medieval, muy al contrario que muchas otras ciudades de la antigua URSS, que sufrieron demoliciones de edificios singulares a mayor gloria del hormigón.





Tiflis es una ciudad de gran patrimonio arquitectónico en que lo mismo puedes encontrar desvencijados edificios Art decó, incluidos en la lista de patrimonio amenazado de la ciudad, que casas otomanas mejor conservadas que en la propia Turquía o extravagantes edificios del modernismo soviético. Y, como no, sus ejemplos de arquitectura contemporánea, algunos más afortunados que otros, como el puente de la Paz, y otros perfectamente olvidables.



Puente de la Paz

Por supuesto iglesias, de las que tanto Georgia como Armenia están sembradas, aunque para los acostumbrados a las fastuosas construcciones del Sur de Europa estos templos se antojan modestos. También tiene su mezquita, sinagoga y hasta un templo del fuego zoroastriano del siglo V en el barrio de Betlemi, encerrado entre patios de vecinos.



Barrio de Betlemi, Tiflis

El río Kura, en otro tiempo límite de la ciudad, ahora se ha transformado en una suerte de arteria central, bastante contaminada, que sirve para definir una ciudad que ha ido creciendo por los cerros que la rodean. Puedes estar a 300 metros de altura o a 800 sin dejar de pisar calles habitadas.



Vista del río Kura. Iglesia de la Asunción y estatua del rey Vakhtang

Y si algo caracteriza a Tiflis también es un tráfico ensordecedor y caótico que parece querer expulsar al peatón de la calle. El coche es el absoluto protagonista y su ruido acompaña al visitante a cada rincón. Con todo lo que significa en países donde puede circular lo mismo un vetusto Lada de los 80, que un autobús propulsado por bombonas de gas en el techo o un híbrido último modelo.



Uno de los muchos vehículos destartalados que puedes encontrar (y este está casi bien)

Frente a la caótica Tiflis la propuesta de Ereván es la de una ciudad totalmente cartesiana y que ha sabido combinar espacios peatonales, parques, grandes avenidas y un tráfico denso pero que se mueve por cuatro arterias principales.




Ereván desde el Complejo Cascada


También la idea de ciudad más occidental con sus barrios residenciales en el extrarradio y viviendas de alto standing. La comunidad armenia en diáspora es muy grande y, en algunos casos, acaudalada.



Duduk, instrumento tradicional armenio

Ereván es moderna, muy moderna. De hecho, revisando un poco su historia reciente, se descubre una ciudad interesada por las vanguardias y que ha hecho de un espacio de arte contemporáneo uno de sus mayores atractivos turísticos. El llamado Complejo Cascada alberga un parque de esculturas de algunos de los referentes contemporáneos y un espacio expositivo dividido en varias terrazas que trepa por una colina y en su interior alberga el Centro de Arte Cafesjian. Este magnate neoyorquino aprovechó el mamotreto de 300m de altura para llenarlo de sus pasiones personales por el arte de vanguardia y el resultado es muy estimulante.



Complejo Cascada y parque de esculturas, Ereván


Por otro lado, dentro del nacionalismo furibundo del que hacen gala todos los pueblos del Caúcaso, los armenios han construido mucho mejor el relato. Es por ello que han sabido cuidar su herencia histórica más allá de glorias militares y han creado instituciones como el impresionante Matenadaran, uno de los más importantes depósitos de manuscritos del mundo.



Matenadaran

No falta el museo sobre el Genocidio Armenio, en el extrarradio. Y una multitud de pequeñas casas-museo dedicadas a todos los personajes de la cultura armenia, además de la tradicional agrupación de edificios típica de las grandes ciudades rusas: auditorio, teatro, teatro de marionetas y compañía de danza. Todos ellos con temporada estable.



Teatro de la Ópera de Ereván

Pero si prescindimos de la mirada a lo más turístico la compleja política local y hasta la geopolítica, como ya he dicho, se ve por todos los rincones.
A veces hay que mirar al cielo y, a lo mejor, sorprendes un caza ruso de la base de Giumry, situada en el Noroeste armenio. Los rótulos en cirílico también señalan que el aliado ruso está muy presente. Aunque la relación armenia sea más de vasallaje que de alianza.



Manifestación patriótica de colegiales en Ereván


Es en la cesta de la compra donde más se nota el peso del gigante del Norte. Desde las conservas al papel higiénico casi todo viene del poderoso vecino y este patrón se repite en Tiflis. No se puede entender la historia del Transcaúcaso sin la de Rusia y la URSS. Son inseparables.
Pero volviendo a la actulidad, en Georgia se habla de corrupción y del peso de la mafia con la mayor tranquilidad. Es parte del paisaje cotidiano y a lo mejor es por ello que hay cierta añoranza mal disimulada de un personaje como Stalin y su mano dura.



Antiguallas soviéticas en el rastro de Tiflis

Aún así los tiempos de la criminalidad desbocada han pasado y las dos ciudades son ideales para recorrer a pie. Las distancias entre los atractivos turísticos no son muy grandes y ello permite parar en cualquiera de los locales a tomar algo. Puede ser lo mismo vino que cerveza, el omnipresente vodka o los licores locales como la chacha, una especie de orujo georgiano. Si bebes con un local, hacerlo solo una vez es de mala educación, así que prepárate para la segunda copa.



Porque el alcohol va paralelo a la vida, aunque sea un vicio casi exclusivamente masculino. Se bebe mucho y por cualquier motivo y el alcoholismo es una discreta enfermedad social.
Pero mejor seguir caminando. Si las copas te dejan, podrás leer la historia que cuentan las miles de banderitas de la UE que se ven en las calles. En tiempos de Brexit y anti-europeísmo georgianos y armenios quieren ser los más europeos de todos. La UE se deja querer y suelta dinero.



No hay que escatimar ninguna posibilidad de negocio y la geopolítica juega a a favor de países situados en un territorio de fronteras que se parte entre musulmanes y cristianos, chíitas y sunitas, pro-USA y pro-rusos. Y que reparte alianzas o enemistades con Turquía, con Irán o con Ucrania.
Toda esta ensalada política y de intereses atrae una mezcla curiosa de minorías en la que puedes encontrar azeríes, tártaros, iraníes, árabes del Golfo con mujeres enlutadas, rusos y turistas, una minoría que va creciendo.
Para relajarse, no es mala idea una visita a Abanotubani, el barrio de aguas termales de Tiflis o, para fumadores, una pipa de agua en algún local de Ereván. Mejor no decirlo en el lugar, pero los armenios conservan costumbres con paralelismos muy evidentes con Turquía.
Dos ciudades, muchas historias que cuentan el Caúcaso sur y que comparten cierta obsesión por parecerse a Occidente. En un salto de tren puedes conocer las dos, antes de que la globalización las termine de uniformizar.
Mejor ahora que más tarde. En el Caúcaso la historia corre más rápido que las personas.

















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