martes, 14 de abril de 2015

Oporto, no solo vino y postales

Oporto es una ciudad que parece hecha para fotografiarse en blanco y negro, o para tener un montón de bonitas postales, algo que comparte con Lisboa.
Oporto es una ciudad paradójica. Siendo profundamente portuguesa tiene un algo y a ratos un mucho de inglesa.
Los británicos dejaron mucho poso en esta ciudad, que también se perfiló a base de invasiones, por mar casi todas,  de pesca y de una ingente actividad comercial, en eterna competencia con los puertos gallegos y con la ya citada Lisboa.
Al mismo tiempo, Oporto es una ciudad de encrucijada religiosa, en la que se juntan los caminos que llevan o traen a Santiago y Fátima. Hay múltiples iglesias para todos los gustos, la mayoría del recargado estilo que se encuentra en todo Portugal, con azulejos pintados a mano y decoración historiada.
De todo esto y del toque de melancolía portuguesa más un poco de modernidad sale una ciudad muy estimulante que merece una visita de varios días.


La ciudad tiene sus peros, como todas. Para empezar una pobreza y exclusión social evidente, que pilla lejos del centro más turístico, pero que es muestra de la intensa crisis por la que pasa Portugal y que lleva a que buena parte de su población viva con escasos 600 euros de salario, la mitad cuando se trata de subsidios. Todo ello con la bendición de la Unión Europea, cuyos turistas más pudientes están encantados de ponerse hasta las trancas de cerveza y vino barato en las bodegas del pariente pobre.
Otro pero, para quien visite la ciudad en bicicleta como fue mi caso, es que solo existe carril bici en la zona costera y unos pocos tramos en el interior de la ciudad, que tiene un tráfico bastante caótico y abundantes cuestas que desaniman al más pintado. Eso sí, no es obstáculo para que existan sus ciclistas irreductibles e incluso bicicletadas estables y su masa crítica.

Como digo en el encabezamiento, Oporto es una ciudad sobradamente recorrida y que generalmente identificamos con el vino, que, por esas cosas de la distribución geográfica, está en realidad localizado en su mayoría en las bodegas de Vila Nova de Gaia, en la orilla opuesta del río, hacia el que miran los dos municipios.

Bodega Burmester, Vila Nova de Gaia

Una visita a las bodegas puede merecer la pena, sobre todo si se hace en temporada más o menos baja, porque, de lo contrario, el aluvión de turistas puede ser impresionante.
Aún siendo en septiembre, no la temporada más alta, fue difícil encontrar una bodega que visitar tranquilo, y no era cosa de ponerse a pimplar oporto de buena mañana.
La visita es sencilla y sirve para probar al menos dos copillas. Si luego le apetece a uno seguir con la cata por su cuenta lo que sobran son tiendas, sobre todo en las zonas anexas a la Praça da Ribeira.

Pero, sobre todo, para mí imprescindible, es tomarse un tiempo para callejear y para dejarse llevar por la cierta indolencia de  una ciudad en la que llueve más de lo que el turismo quisiera, pero que goza de un clima atlántico suave.
Es una ciudad en la que desayunar tranquilo, ir a comprar pescado, ver la vida y hacer un poco el romántico tonto si se viene en pareja. Todo ello, por supuesto, con algo de la abundante oferta de música callejera y con los graznidos de las gaviotas.

Pero aún hay más.
En Oporto hay abundantes museos y atracciones turísticas. Para saber de ellas lo que sobran son guías y mapas.
Ahora bien, considero imprescindible, seas amante de la fotografía o no, visitar el Centro Portugués de Fotografía  (CPF) en pleno cogollo turístico y a un paso de la archiconocida Torre de los Clérigos.
El CPF alberga hasta seis muestras de fotografía al mismo tiempo. Exposiciones para todos los gustos desde la vanguardia, la fotografía social al fotoperiodismo. Tiene también una completa colección de cámaras de todas las épocas y un fondo bibliográfico y fotográfico para estudiosos del tema.
Y el edificio en sí también es curioso, puesto que es una antigua cárcel restaurada, de la que se conservan rejas y cancelas. En ella estuvo preso el escritor Camilo Castelo Branco por adulterio y no fue el único.
En la misma plaza una estatua del escritor recuerda su obra Amor de Perdición.
Parece ser que la literatura portuguesa está sembrada de autores con existencia trágica, como el propio Castelo o el alcoholizado, aunque genial, Pessoa.

Pero también he nombrado el Oporto moderno y lo cierto es que ahí está.
Hay un Oporto de diseño avanzado, de grafitti de calidad, de intervenciones artísticas y de pijerío con ínfulas, como no.
También hay una intensa escena musical y sobra actividad, especialmente los fines de semana.
Hay que destacar que el Ayuntamiento ha puesto de su parte y hay varios centros culturales públicos como la antigua aduana o un par de mercados rehabilitados, donde se muestra, como en el caso del situado en el Jardín del Infante dom  Henrique, toda la riqueza multicultural de Oporto.
Personalmente me multiculturalicé con unas cervecillas y una interesante sesión de música andina y electrónica.
Respecto a alojarse, comer y dormir seguro que no será un problema para el viajero, puesto que en Oporto hay para todos los bolsillos: desde el hotelazo de cinco estrellas al camping.
Personalmente elegí el World Music Hostel. A un paso de todo, bien comunicado y se pueden guardar las bicicletas en el mismo establecimiento.
Sobre la opción para comer sería difícil decir solo una, así que lo mejor es intentarlo, a ser posible en algún lugar donde se lea Taberna de...

 Por supuesto se quedan cosas en el tintero, o más bien en el teclado, pero como contar es deformar, mejor animarse a verlo en persona. Ya empieza la primavera y algo más que excelentes vinos esperan.






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