El
sentido de ser poderoso, de sentirse como tal, no es sólo serlo si no
poder demostrarlo en toda la magnitud posible al pueblo llano, y si es
con ciudades grandiosas y edificaciones apabullantes mucho mejor.
Es
lo que, pienso, llevó a los rajputas, históricas dinastías de
gobernantes de Rajastán, a edificar fortalezas inexpugnables por un
lado, algo bastante lógico en un pueblo tan extremadamente belicoso como
éste, y de una singular belleza, aunque no exentas de cierto toque
kitsch, de un algo hortera que combina diwanes dignos de la Alhambra,
con salones veresallescos. Todo ello recargado al máximo y decorado con
un extraño batiburrillo de muebles, tapices, espejos, lámparas y todo
tipo de armas espeluznantes.
También pone los vellos como escarpias introducirse un poco en la cotidianidad guerrera de los rajputas y sus espeluznantes suicidios en masa, que incluía quemar vivas a sus mujeres e hijos si la plaza iba a ser tomada.
Una
estupenda introducción a la forma de vida de los rajputas son las
ciudades de Bikaner y Jaisalmer, a las que llegamos atravesando el
reseco terreno rajastaní, que en ese momento llevaba padeciendo cuatro años de sequía realmente dura,
lo que es visto como un serio problema por sus pobladores, que poseen
una de las más altas tasas de crecimiento demográfico de la India.
En
el Oeste de Rajastán lo habitual es una media superior a los cinco
hijos por mujer, llegando en la zona del Thar con frecuencia a 8 ó 10,
lo que ayuda, y mucho, en el empobrecimiento general de la economía de
la gente de a pie, amén de una de las tasas de analfabetismo más altas
de India.
Bikaner es
la hermana pequeña de Jaisalmer, al quedar la primera progresivamente
despoblada por la escasez de agua. En este sentido su fuerte y palacios
son posteriores y mejor conservados que el de Jaisalmer, cuyo casco
histórico, por otro lado, es mucho más interesante. Paradójicamente esta
hermana pequeña ha crecido mucho más que su predecesora y la ciudad
nueva no tiene nada que envidiar al caos de otras ciudades indias.
Del
recorrido propiamente turístico poco contaré por lo mucho que hay que
contar, seguro habréis oído/leído maravillas y verlo en persona es
confimarlo, pero sí se puede recomendar no perderse los mercadillos que
se agrupan en torno a las murallas, donde comprar frutas, tomar un té o
regatear por unas pulserillas de plata.
Tanto
Bikaner como Jaisalmer tienen un toque a Oriente Medio, un algo de
Persia, un mucho de Ruta de la Seda y la decadencia de todo el esplendor
perdido de los rajás, marajás, maharanís y demás ralea.
Representan
además el Rajastán más seco, con un clima más extremo y un calor que
seguro padecerán todos los viajeros que, como nosotros, arriben allí en
los últimos coletazos del verano, justo antes de la llegada del Monzón. Padecimos unos buenos 45ºC a ratos, lo que hizo un poco penoso el polvoriento recorrido al aire libre.
En Jaisalmer, además, se puede establecer un primer contacto con el jainismo,
con su peculiar visión religioso-filosófica de la vida en la que
mediante una ética radicalmente no violenta y estrictamente vegetariana
se pretende no alterar el equilibrio universal.
Un
complejo de cuatro templos, en excelente estado de conservación,
muestran la cosmogonía jaín al completo con todo lujo de abigarradas
esculturas.
El lingam, animales mitológicos, ofrendas y devotos vestidos de blanco inmaculado. Hay quien dice que los jainistas, o eso nos comentan en un puesto callejero, son gente especialmente acaudalada, pero los fieles de a pie realmente no lo parecen. Típica generalización que se puede aplicar a las castas sacerdotales de cualquier religión.
Interior de un pequeño templo jainista
También
en Jaisalmer pudimos disfrutar de una celebración religiosa que incluyó
cantos tradicionales de corte religioso y un avezado e imparable
bailarín. Entre lo que pude entender, se incluían alabanzas a Hanuman o
Krisna.
Justo antes del Monzón son mucho más frecuentes todo tipo de ritos propiciatorios que merecen la pena ser vistos y sentidos.
Havelis en Jaisalmer
Nuestros
ojos y nuestros cerebros absorbieron mucha, mucha información, pero el
viaje no había hecho sino empezar. Nos esperaban muchas cosas en una
región árida de paisaje, pero no de sensaciones.
Desayunar:
Tanto en Bikaner como en Jaisalmer no puedes perderte un té en alguno
de los puestecillos callejeros bajo las murallas del fuerte.
Comer: En Bikaner, restaurante Amber. Rico, rico. Especialidad en thalis que se rellenan constantemente.
Qué leer: Pasión India, de Javier Moro. La historia de Anita Delgado, la española que terminó casada con el marajá de Kapurtala
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